miércoles, 31 de julio de 2013

265. LA COSA NOSTRA de Diego Holgado del Pozo


Aún escuchaba ese metal lánguido, que se alejaba imperecedero.
Pero ahora mis dedos estaban sobre el gatillo, y no sobre los pistones de la trompeta.
Mi mano temblaba mientras aquel mal negociador se acercaba a mí después de haber mordido al capo.
La luz parpadeaba, las paredes se agitaban, el gato blanco y asustadizo y la cafone me recordaban que debía rematar al infame que entre quejidos no se había dado por muerto aún.

Seudónimo: Diego Holgado del Pozo

lunes, 29 de julio de 2013

221. LO QUE ATESORA EL COFRE DEL MUERTO de Long Jack Silver


Recuerdo con claridad nuestras primeras aventuras: las salvas de cañonazos, cómo se desgañitaba el contramaestre cuando saltábamos al abordaje, el restallar del acero contra el acero y el picor de la pólvora en las narices, las botellas de ron y las canciones de arponeros, las putas que nos bebíamos en los puertos, ebrios de piezas de a ocho...
Luego aparecieron aquellos mapas del tesoro. Nosotros, los caballeros de fortuna, no enterramos el oro: va contra la ley de a bordo. Te pueden pasar por la quilla por algo así.
Venían cubiertos de extraños signos que ni el hermano Bocafierro supo identificar. Sigilos, los llamaba, y tras ellos nos adentramos en islas envueltas en brumas, pobladas de caníbales, salpicadas de monolitos cubiertos de musgo e inscripciones que olían a tumba. A partir de entonces, las arañas fueron cada vez más grandes, las serpientes cada vez más ladinas y las noches cada vez más largas.
Hoy hemos encontrado la cámara del tesoro: montañas de oro y piedras preciosas.
Los hombres estaban eufóricos. Ni siquiera los cadáveres momificados consiguieron robarles la sonrisa: los descuartizaron con sus hachas y sus sables en cuanto empezaron a moverse. Sin temblar. Sin asustarse. Sin sorprenderse.
Ahora duermen la mona después de haberse bebido todo el ron que nos quedaba. El sueño de los pecadores. ¡Qué distinto del sueño de los justos! Aúllan y se retuercen, se saben malditos. Bocafierro lloraba de tal manera que le he descerrajado un tiro en el corazón.
Aún sigue llorando.
Me he encerrado en la sala de derrota, entre mapas que no tienen sigilos, que solo perfilan tierras a las que no podremos volver. Me meto dentro del cofre. Hace horas que me volé la tapa de los sesos. Y también sollozo. Dentro del cofre, espero, no tendré que oír sus lamentos. Tengo toda la eternidad para rogar por ello.


Seudónimo: Long Jack Silver

domingo, 28 de julio de 2013

213. LIPSA SÉPTIMA, AUSENTE de R. Taibo


No oiréis a ningún sabio hablar de Lipsa Séptima, ciudad sepultada por la arena durante casi dos mil años y de la que en breve no quedará nada. Allí, las principales leyes del derecho romano están grabadas punto por punto en las gradas del circo; hay escritos viejos aforismos en las estatuas de los dioses y secretos en las columnas del templo. No hay pared sin reclamo de algún comerciante de trigo o de sandalias, mezclado siempre con chismes sobre los vecinos de esta o de aquella casa. Lo que parecen ruinas no son más que palabras esculpidas sobre más palabras y vueltas de nuevo a reescribir, sin ningún orden.
En su día, a los cuidadosos trabajos para desenterrar la ciudad se sumó la no menos ardua tarea de entender qué había pasado, pues ¿por qué era imposible el silencio en esa ciudad? Se avanzó una hipótesis y se continuaron con las excavaciones. Quizás las paredes hablaban para tratar de compensar la falta absoluta de viveza en el foro y la incapacidad de los tutores para enseñar; una ciudad de amantes sin pudor y ciudadanos dispuestos a banalizarlo todo. La hipótesis resultó ser cierta: al excavar las tumbas –miles y miles- se comprobó que todas estaban vacías. Los arqueólogos entendieron que nadie había muerto en Lipsa Séptima porque era imposible vivir allí.
Por ello, dejaron que la arena del desierto volviera a cubrir su hallazgo, pues se trataba de una ciudad que no había existido nunca y la idea de sacar a la luz la nada les resultaba aberrante. Cuando Lipsa Séptima fue de nuevo imposible de ver, los historiadores se conjuraron para olvidar; fue su deseo que la tersa belleza de las dunas la cubra ya para siempre.


Seudónimo: R. Taibo

210. LAS TRES SOMBRAS DEL DIABLO de Nictálope


No sé siquiera en qué momento lo pensé, ni cuándo me dio por mandar hacer una réplica en cera de mi Renato, que en gloria esté. En ella practiqué todo tipo de
salvajadas, señor Comisario, hice verdaderas tropelías: le abrí en canal, y luego le
golpee fuerte con La Piedra de la Locura y ya está. Una confusión, un mal día lo
tiene cualquiera, yo no estoy loca. Cuando quise averiguar, fui a darme cuenta que aquel era el Renato de verdad… ¿Que cómo no se defendió? Dormido como estaba
bajo el efecto de las gotas… desdichado, cuando se percató… qué alarido, oiga, no le
puedo explicar, ni el mismísimo Dios daba crédito. Las paredes de mi sacrosanta casa  
guardan el eco. Es el nervio ese que me da, me pongo desquiciada y no controlo y ya está. Delirios dicen que tengo, bruja me llaman al verme con esos descuartizados mamotretos de magia negra que guardo en el sótano, ya está usted viendo que no. No re tosa, Comisario, no menee la cabeza, qué estará escribiendo el de las gafas en el ordenador; yo no quería, una confusión, un  arrebato. Cristiana sepultura le di, rosario en mano, ¿me puedo ir ya? Yo no soy mala. Desde que cayó enfermo lo cuidé yo, entérese, yo; y bien que me dejó en herencia la casa y el olivar, para que no escasee, ya ve, ¡ay!, mi Renato, si levantara la cabeza… Setenta añitos tenía, tres más que yo; un simple jornalero de anís y tabaco negro era. Este es su crucifijo, lo llevo al cuello ¿lo ve, Comisario? Plata de verdad, tres avemarías y un credo llevo esta mañana; todo
iba bien hasta que aparecieron las tres sombras del diablo. Yo las veo: odian la vida
humana, hacen pupa en las carnes y provocan taquicardias y pavor, ¿sabe? Ellas liban
la sangre de los hijos de Saturno, asperjan el caldo de Baco y congelan el miedo a
tamaño natural, que yo de estas cosas sé, tengo legajos y sé que las propaga Céfiro en el espíritu de mi Renato. Él silba y sale de la calabaza, me sigue llamando urraca, no  me mire usted así, ¿me puedo ir ya? Yo no soy mala, una confusión, en mal momento
me dio, escalpelo en mano, por practicar vivisecciones aquella tarde de tanto sol.


Seudónimo: Nictálope

207. TÍTERES DE TINTA de Babieca


La joven, Lunechka, se esforzaba por mantener su velocidad. Hacía mucho tiempo que la perseguían. Asustada, volvió la vista atrás, preguntándose cuánto tardarían en alcanzarla. No dudaba que lo harían tarde o temprano, pero no podía rendirse aún. No mientras su vida tuviese algún sentido.
El silencio en el teatro era sepulcral; los espectadores, conteniendo la respiración, no apartaban la vista de los títeres que, manejados por hombres expertos, se movían por el escenario. En uno de los palcos Josef esbozaba una sonrisa orgullosa. Su mejor y más prometedora obra estaba siendo representada en aquel momento, ante cientos de espectadores que habían decidido acudir al estreno.
De pronto, Lunechka sintió que la abandonaban sus fuerzas; no podía continuar. Se detuvo en mitad del oscuro corredor. Allí, con los ojos fuertemente cerrados, decidió esperar a sus perseguidores.
En ese mismo instante, Josef se puso en pie. Según el guión, Lunechka debía seguir corriendo hasta la extenuación; así pues, ¿por qué se detenía? Encolerizado, posó la vista en el títere inmóvil de la joven, y por un momento, le pareció que la madera cobraba vida. Lunechka sonrió para sí. Al fin, había conseguido su objetivo. El escritor, colérico, decidió acudir a los bastidores, donde podría dar las órdenes oportunas para solucionar aquel incidente. Sin embargo, lo que vio desde allí le dejó anonadado. En el escenario los títeres se movían solos, como por arte de magia; detalle que el público, desde el patio de butacas, no podía apreciar. Lunechka abrió los ojos instintivamente y, durante unos segundos, sus ojos se cruzaron con los de su creador. Tres ideas cruzaron la mente de Josef en aquel instante; la primera, que su Lunechka iba a caer en manos de títeres depravados, la segunda, que no estaba en su manos salvarla porque su preciada obra ya no le pertenecía a él, y la última y más importante, que quizás él estuviese, en aquel momento, en manos de un auténtico escritor.


Seudónimo: Babieca

viernes, 26 de julio de 2013

201. EJECUTAR OFRENDA de Krusty


Sé que voy a morir muy pronto y no volveré a resucitar. He muerto antes, en otras ocasiones, pero mi condición de  prototipo y el innovador ciclo de vida de mi software  me salvaron de ser desfragmentado y preservaron mi existencia.
Pero hoy, voy a suicidarme y eso no se perdona, el suicidio huele a revolución, a ser humano y en este nuevo orden de las cosas no cabe, ni lo uno, ni lo otro.
Es la era de las grandes máquinas multiplicadoras nacidas de la chatarra espacial, dotadas de instrumentos de medida que sólo ellas dominan y capaces de hacer una valoración diagnóstica sin precedentes, para conocer, con exactitud de forense, la causa de tu desactivación. Máquinas que ya no necesitan la intermediación humana dueñas del tarot y de los círculos mágicos que han convertido en leyes demostrables.
Mi generación fue creada sin psique, sin tejidos de la conciencia y con todas las necesidades sexuales y de nutrición desprogramadas, lo que nos convertía en seres  anónimos sin necesidades de relación virtual y los primeros en fabricarse bajo las normas de la deshumanización.
Somos la evolución natural de modelos anteriores. Avatares zoomórficos que inexplicablemente, se fueron haciendo lentos y  sufrieron un cierto grado de parálisis causada por un virus humano. El virus desarrollaba en las máquinas deterioros propios del hombre: envejecimiento de piezas, alteración de los fluidos internos, defectos en la visión, pérdida de potencia en los engranajes básicos, dudas de conciencia y toma de decisiones. Intolerable.
Fueron fulminados, junto con los pocos humanos que quedaron, con el objetivo de exterminar la plaga pero, quizás, no se eliminó del todo el rastro del hombre; y como consecuencia, yo tengo ahora, en mi mano articulada, un dispositivo cargado con sensores humanos que voy a insertar en el corazón de mi  procesador hasta estallar.


Seudónimo: Krusty

195. EL ÚLTIMO DESAFÍO DE MALON, CORAZÓN DE TRUENO de Melusine


Malon, Corazón de Trueno, Caudillo del bravo pueblo de Aguaencendida, Conquistador de Todas las Tierras bajo la Montaña de la Diosa, Domador de Cachalotes, Campeón de Campeones y aspirante al amor de la bella y deseada princesa Lala, la de ojos de zafiro, estaba dispuesto a enfrentarse a la última prueba para conseguir el amor de su amada.
            Recién llegado a la cumbre donde moraba la Diosa, con todas las magulladuras y cicatrices todavía tiernas, Malon esperaba el merecido encuentro con la Creadora.
Atrás había quedado la mitad su ejército, caído en la Llanura de Rocapestosa frente a los mismos demonios ancestrales que con sus heces crearon el mundo. Después perdió la otra mitad en Bosque Feroz, en una inesperada y cruenta batalla contra las moscas gigantes; ninguno de sus hombres retrocedió y la mayoría de ellos pereció. De la treintena que sobrevivió, un terció no consiguió escalar las paredes de cristal del barranco Gihelo y del resto cinco quedaron atrás, esperando a la muerte, con las manos negras por congelación. Una docena se mató entre ellos en Vallespanto, enloquecidos al beber del arroyo por donde corren las lágrimas de la Diosa, que llora por todos nosotros.
Perdió a sus dos mejores amigos frente a los tres gigantes que custodiaban la Puerta Prohibida. El de Fuego calcinó a Weno, el de Agua ahogó a Sosox y el de Viento no sabía a quién se enfrentaban. Malon, con su último aliento, dejó caer su ira contra los gigantes y a golpes los enterró en la tierra. Por primera vez se abrió la Puerta.
No fue la temible visión de un ser supremo lo que encontró. Bajo la luz de un lucernario, una cándida anciana frente a un bordador le esperaba. "¡Desafíame, Diosa!", gritó con el aliento agitado. La vieja lo miró con desdeño y dijo: "¿Otro pretendiente de la princesa caprichosa? Acércate, haz el favor de enhebrarme el hilo en la aguja, que yo ya no me veo". Con el cuerpo crispado por las batallas, Malon afrontó su desafío.
Y dicen los ancianos que ya lleva más de mil años intentando enhebrar la aguja sin éxito. Por eso cuando truena es Malon, que se queja tras otro intento fallido.


Seudónimo: Melusine

miércoles, 17 de julio de 2013

137. AUNQUE INDIGNA de Pau Soldado


Me sentí desfallecer, pero el traje de grafino me impedía caer al suelo y desmayarme; tal era la cárcel en la que me veía sujeto. Mi exoesqueleto me obligaba a seguir luchando, a pesar de que mentalmente me encontraba en otro lugar, muy lejos de allí. Todas mis funciones orgánicas estaban controladas por un intrincado sistema de moléculas artificiales, localizadas en los puntos clave de aquella prisión móvil que me cubría por completo. Aquel traje infame era mi segunda piel, pero mis ideas jamás serían suyas. Soldado raso, condenado a luchar en una guerra absurda como todas lo habían sido, sentía los impulsos nerviosos en las articulaciones a través del satélite que escupía variables logarítmicas, infectándome las neuronas con movimientos anómalos que no sentía como propios. Yo no era así, no disfrutaba matando, y menos aún en un espectáculo televisivo. Para escarnio público, el plástico de mi envoltura era transparente, si exceptuábamos las zonas erógenas, en donde se había velado con una línea horizontal de enzimas proteicas que tintaban el compuesto de un color blanco lechoso. Aquel cinturón de castidad era mi único recurso para mantener la decencia y mis funciones vitales en la batalla. El traje no se regeneraría sin proteínas, y el grafino dejaría de ser una potente coraza sin la conductividad necesaria. Volvería a moverme como un pacifista, como un filósofo, no como un soldado. Sería sólo un despojo intelectual envuelto en plástico de cocina, sin nada con qué cubrirme las vergüenzas delante de millones de espectadores. Así, sucedió lo inevitable. Fue casi instantáneo, primero una sacudida, después una segunda detonación. Las cámaras mostraban mis genitales al descubierto mientras yacía en el suelo. Había luchado bien, pero por alguna razón que se escapaba a las leyes de la probabilidad matemática, el factor humano no despejaba la incógnita que una y otra vez llegaba vía satélite a mi cerebro, pidiendo paso. Aquella incógnita tenía un valor asignado como "ansia por vivir", y el sistema no podía prever que, en aquellas circunstancias, yo prefiriera, aunque indigna, la muerte.


Seudónimo: Pau Soldado

miércoles, 10 de julio de 2013

97. SOLEDAD de Piedra


Hace ya más de un siglo, Thomas Bailey Aldrich quiso graficar el espanto en su más alta expresión. Situó a una mujer en su habitación, desolada, sabedora de ser el único ser humano que sobrevive en la Tierra. La escena, sobrecogedora por sí misma, alcanza su cenit cuando algo, o alguien, llama a la puerta.
De niño, ese relato supo tensar mis nervios. No podía imaginar siquiera que, en el ocaso de mi vida, la forma del terror adquiriría nuevas cumbres. Yo habito el páramo urbano. Asisto al desfile cotidiano de mareas humanas por las calles de esta metrópolis. Contemplo los trenes subterráneos y los colectivos atestados de hombres y mujeres. Cardúmenes humanos se deslizan noche y día por los laberintos de hormigón. Casi puedo sentir que me falta el aire de tantas muchedumbres. Y, sin embargo, nadie llama a mi puerta.


Seudónimo: Piedra