viernes, 28 de junio de 2013

65. EN LA ESTACIÓN de El halcón maltés


A las tres de la mañana una mujer salió del armario y me preguntó si faltaba mucho para que pasara el tren. Me quedé mudo, y ante mi descortesía, se metió de nuevo en el armario. No pude más que levantarme y abrir la puerta del mueble, hacer para un lado y para otro las perchas, buscar en vano. A la madrugada siguiente, a la misma hora, la mujer reapareció y me hizo idéntica pregunta. En esa ocasión, tras observarla detenidamente —era pelirroja, de ojos grises y tenía un lunar en el pómulo izquierdo—, atiné a decirle que no sabía, y volvió a marcharse. A la noche siguiente mudé el pijama por mi mejor traje y un ramo de flores. Puntualmente, la extraña salió del armario y formuló su acostumbrada consulta. Le reiteré que lo ignoraba, pero enseguida añadí que si yo fuera un tren, y ella aguardara mi paso, ni volando las vías lograrían retrasarme, y le extendí el ramo de rosas rojas; entonces adornó su cabello con una de las flores y comenzamos a charlar. Durante varias semanas se continuaron nuestros encuentros al pie del armario: unas veces bailábamos; otras, organizábamos picnics nocturnos; siempre reíamos. Una madrugada, imprevistamente, me reveló que su boleto se vencía esa misma noche y que ya no volveríamos a vernos. Cabizbaja me preguntó si la echaría de menos. Sonreí. Cuando la puerta del armario se cerró a nuestras espaldas, aún alcanzamos a oír el silbato del tren en la lejanía.


Seudónimo: El halcón maltés

martes, 18 de junio de 2013

62. TRANSMUTACIÓN de Ligeia


Kore percibió un ligero temblor en las aguas que la rodeaban. Abrió los ojos y movió un poco la cola. La arena debajo de su cuerpo se agitó en un torbellino, pero volvió a la calma antes de que las nuevas vibraciones llegaran y le dictaran un camino.
Encontró a un hombre luchando contra la marea a varios kilómetros de su cueva submarina. Desde las profundidades podía sentir sus movimientos agitados y alcanzaba a divisar la silueta de sus pies. Se asomó a la superficie y avanzó hasta quedar cerca de él. Entonces lo abrazó y comenzó a nadar hacia el fondo. Cuando lo notó inquieto, lo besó y sus manos comenzaron a jugar con su ropa hasta desaparecerla. Continuaron el descenso. El hombre cedió ante la falta de oxígeno y se transformó en una marioneta. Ella lo recostó sobre una roca y usó las uñas para desollarlo con cuidado, procurando mantener íntegra la piel. Luego abandonó el cadáver y observó su botín con cautela. Comprendía que una vez iniciado el proceso, no habría marcha atrás, pero no tenía dudas. Provenía de una estirpe de guerreras, no de cobardes, y tenía claro que si el mar se negaba a darle humanos, era su deber ir a por ellos a tierra.
Se calzó la piel sin temor y ésta comenzó a transformarla de afuera hacia adentro. Primero le arrancó las escamas que la cubrían, después cortó la membrana que mantenía unidos sus dedos y al final, rasgó su cola en dos piernas. El cambio fue rápido, tanto que le negó la huida a tierra. Ella intentó nadar hacia el sol pero sus movimientos eran torpes, así buscó las corrientes que podrían arrastrarla a la playa. El aire que nunca le había hecho falta reclamó un espacio en ese nuevo cuerpo y el mundo se oscureció.
Un golpe contra la arena la obligó a despertar. Ella reconoció el dolor potente en el pecho con el que antes su cuerpo despreciaba el oxígeno y ahora, lo ansiaba. Se arrastró lejos del agua y, con cada centímetro que ganó, la arena fue desgarrando su piel, ahora vulnerable y ensangrentada. Le dolían las piernas. Le ardían las manos. Le pesaba el cuerpo. Pero estaba ahí, en la tierra. Y sin aletas, ningún humano podría detenerla.


Seudónimo: Ligeia

lunes, 10 de junio de 2013

58. INVISIBLE de Mianna


Estaba atrapado. La tabla de madera astillada e invadida de grafitis caseros y la traba oxidada que apenas resistía los golpes desde afuera eran su único medio de protección. Podía ver, por debajo de la puerta, las zapatillas embarradas de Ray y los botines con los que Bornacini había marcado temporalmente las caras de incontables alumnos de primer año, y eternamente sus almas y su orgullo.
Ya ni siquiera gritaban. Su reputación y su aspecto cavernícola habían logrado que un par de puñetazos en alguna superficie ruidosa fueran suficientes para erizarle los pelos a cualquiera, en especial a quien llevaba revistas animé, anteojos recetados y un monedero con la cara de un superhéroe y la plata para el almuerzo.
No podía volver a casa sin comer y sin el resto del dinero. No mientras sus padres habían sido convocados por segunda vez por el gabinete y los directivos para hablar de su pobre desempeño social y falta de adaptación al curso.
La realidad era que nunca había tenido amigos. Fuera de Ray y Bornacini, nadie le dirigía la palabra; todos en el colegio lo trataban como si fuera invisible.
Lo sentía en cada mirada que no se cruzaba con la suya. "Invisible, invisible…"
Ray finalmente logró derribar la puerta. Esta cayó sobre el inodoro, por lo que Bornacini debió utilizar nuevamente su fuerza para levantarla y enfrentarse al nerd que los esperaría acurrucado cual roedor, como si intentara desaparecer.
Para su sorpresa, se encontraron con un inodoro vacío. Creyendo que se habían equivocado de puerta, derribaron el resto, una por una, hasta que se dieron por vencidos, y salieron del baño para descargar su ira en otro indefenso de metro y medio.
Mientras tanto, dentro del misterioso lavabo, apretando los dientes, los ojos y el puño que sostenía el dinero, se encontraba Martín Pedrotta, que luego de años de sufrir humillaciones, había logrado volverse invisible.
Invisible, invisible…


Seudónimo: Mianna

miércoles, 5 de junio de 2013

49. AMOR IMPOSIBLE de Frónesis Altair


Quizá pudo acertar en su imaginación la medida de su silueta, el calor de sus caricias, el vibrante sosiego de su voz, pero después de cinco décadas de intentar una y otra vez llegar a una fórmula que no resultara en infinito, tuvo que aceptar que así como era imposible habitar la conciencia de otro, así mismo era inalcanzable el universo paralelo donde ella, en la misma casa y también con la decrepitud a cuestas, lo aguardaba cada tarde. 


Seudónimo: Frónesis Altair