9. LA SACERDOTISA
Me adueñé de mis pasos,
de la complejidad del abrazo temido,
me adueñé de la luna plateada,
del universo gestado por mi sombra,
también me adueñé de la locura,
de la velocidad
en la llama que alienta mis curiosidades,
de mi sexo despierto, perfumado, me adueñé
de mi voz de cuarzo
que aparece
y desaparece
en la selva oscura;
esa selva que sobrevive
todavía
en el centro de mi frente:
es mi percepción de pájaro,
es mi humedad de hoja otoñal,
el vaivén de las cosas que descubro
y el pasado, acostumbrado a mis apariciones.
Aquí hay distintas mujeres,
aquí, la noche sobre las palabras,
el porvenir y la estrella,
el árbol sacudido por la adversidad
y preparado para transformarse,
aquí, el vientre de agua,
la magia encontrada en la flor y el silencio,
la guarida de los antiguos secretos,
el velo listo para caer,
aquí, la melodía
de la rueda que está girando
para que irrumpa
la sacerdotisa que habita en mí.
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