lunes, 30 de julio de 2018

AVISO A CONCURSANTES


Les recordamos que para poder participar en el certamen, tanto el microcuento como los datos personales deben enviarse pegados en el cuerpo del mensaje.  Gracias.
La Organización

miércoles, 25 de julio de 2018

95. EL LIBRO PROHIBIDO. De Salinas



El niño abrió el cajón y sacó el libro prohibido. Comprobó que dentro, debajo de la libreta de los deberes, seguía frío el revólver que su padre le había regalado al cumplir los siete años. Así lo mandaba la tradición. Acostumbraba a limpiarlo los domingos, después de la sesión que celebraban los miembros en el vertedero que crecía más allá del polígono industrial. Se trataba de un ritual que, bajo la tutela del Gran Padre, mantenía unida a la Comunidad. Allí, recordaban el credo y practicaban el tiro con las mascotas que desechaban. Algunas, de puro viejas, apenas se movían, por lo que resultaban una diana muy atrayente.
El niño admiraba y temía a su padre a partes iguales. Jamás hubiese aprobado que dedicara las horas que se merecía el aprendizaje de la Doctrina a la lectura de aquellos libros que, a escondidas, se habían salvado de la quema. Debía emplear al menos dos horas diarias en memorizar el texto que desarrollaba los preceptos de la congregación. Esperaba que fuese un digno sucesor suyo, así como él lo había sido de su padre, el fundador del Movimiento.
Retenía en su memoria algunos pasajes para repetírselos al padre en las reuniones. Por ejemplo, el orden de la pirámide que no debía bajo ningún concepto verse alterada: Primero, nosotros; después, el mundo. La limpieza de raza. La seguridad. Instrucciones de uso de tu primer revólver. Confirmación de la Comunidad. Procuraba recitarlos de corrido para que el padre pensase que había puesto buen empeño en aprenderlos.
Pero al acostarse, como esa noche, cuando todos grababan en su mente las normas de la agrupación, el niño hojeaba bajo las sábanas el libro prohibido, aquel que se había librado de las llamas, y se deleitaba con las aventuras de Tom y su amigo Huckleberry en las orillas del Mississippi, y sentía el mismo miedo a convertirse en adulto que sentían los niños del cuento.
Seudónimo: Salinas

lunes, 23 de julio de 2018

89. INSOMNIO. De El silbido del afilador



No sé qué hacer con los brazos cuando duermo. No consigo encajarlos en una postura cómoda y paso toda la noche en vela, dando vueltas, moviéndolos arriba y abajo, sin pegar ojo. El médico aconseja amputar, pero me horroriza la idea de irme a la cama con ocho miembros fantasma.
Seudónimo: El silbido del afilador

lunes, 16 de julio de 2018

72. TERROR. De Lores Martín



La oigo gemir y sollozar. La oigo sorber y jadear. La oigo arrastrar la cama hasta la puerta.
Puedo imaginarla encogida, con los ojos llenos de lágrimas, limpiándose los mocos con la manga del jersey, ese jersey rosa que tanto le gusta.
La oigo moverse por la habitación. Cajones y libros que caen al suelo, monedas que ruedan... Busca algo con lo que defenderse.
No me cuesta imaginar el cabello rubio cayendo sobre su cara, pegajoso de sudor, lágrimas y mucosidad, sus manos intentando colocar los mechones tras la oreja, sus ojos desorbitados por el terror, mordisqueando, ansiosa, el colgante que le regalé hace tres cumpleaños. La oigo abrir la ventana y gemir de terror ante la altura. Por ahí la única escapatoria es la muerte. Una muerte mucho más rápida y piadosa que la que le espera al otro lado de la puerta.
Oigo los golpes, cada vez más seguidos, cada vez más intensos, cada vez más certeros. Oigo su grito, escucho su llanto,  percibo su miedo.
Casi me parece escuchar los latidos de su corazón, tronando en su pecho, tan ensordecedores como los golpes que resuenan en su puerta.
He intentado ayudarla. Lo he intentado con todas mis fuerzas. He luchado cuanto he podido. Pero soy débil. Muy débil. Siempre lo he sido. Por eso estoy aquí.
Golpeando la puerta con los demás.
Tan hambriento como el resto.
Y con los ojos arrasados por las lágrimas.
Sé lo que va a ocurrir cuando esta puerta caiga. Sé que morderé su carne, beberé su sangre, lucharé por sus entrañas como todos los demás
La oigo gemir y sollozar asustada de los monstruos que se agolpan en su puerta.
Asustada de mí.
Seudónimo: Dolo Espinosa