La
oigo gemir y sollozar. La oigo sorber y jadear. La oigo arrastrar la cama hasta
la puerta.
Puedo
imaginarla encogida, con los ojos llenos de lágrimas, limpiándose los mocos con
la manga del jersey, ese jersey rosa que tanto le gusta.
La
oigo moverse por la habitación. Cajones y libros que caen al suelo, monedas que
ruedan... Busca algo con lo que defenderse.
No me
cuesta imaginar el cabello rubio cayendo sobre su cara, pegajoso de sudor,
lágrimas y mucosidad, sus manos intentando colocar los mechones tras la oreja,
sus ojos desorbitados por el terror, mordisqueando, ansiosa, el colgante que le
regalé hace tres cumpleaños. La oigo abrir la ventana y gemir de terror ante la
altura. Por ahí la única escapatoria es la muerte. Una muerte mucho más rápida
y piadosa que la que le espera al otro lado de la puerta.
Oigo
los golpes, cada vez más seguidos, cada vez más intensos, cada vez más
certeros. Oigo su grito, escucho su llanto,
percibo su miedo.
Casi
me parece escuchar los latidos de su corazón, tronando en su pecho, tan ensordecedores
como los golpes que resuenan en su puerta.
He
intentado ayudarla. Lo he intentado con todas mis fuerzas. He luchado cuanto he
podido. Pero soy débil. Muy débil. Siempre lo he sido. Por eso estoy aquí.
Golpeando
la puerta con los demás.
Tan
hambriento como el resto.
Y con
los ojos arrasados por las lágrimas.
Sé lo
que va a ocurrir cuando esta puerta caiga. Sé que morderé su carne, beberé su
sangre, lucharé por sus entrañas como todos los demás
La
oigo gemir y sollozar asustada de los monstruos que se agolpan en su puerta.
Asustada
de mí.
Seudónimo: Dolo
Espinosa
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