50. CAROLA NO ESTÁ (22 líneas)
Últimamente suspiro mucho, aunque nadie parece notarlo. La casa, sucia y revuelta, me pone triste. La abuela está nerviosa y se desliza de puntillas por las habitaciones evitando cualquier ruido. A veces la observo y es como si flotase sobre los escombros. Talita, una prima de mi madre, ha venido a ayudarnos. Desde el huracán la vida en el barrio es un caos. Muchos edificios se han derrumbado y el ayuntamiento obliga a la gente a vivir prácticamente en la calle. Yo también prefiero estar afuera, en el jardín, al lado de la charca y de la tumba de mi gatito. La casa ya no es segura y el viento cruza las ventanas de cristales rotos y la cocina se llena de moscas que acuden al olor de la carne cocida. Algunas noches tengo pesadillas y me veo reflejada en el espejo de la entrada, con el pelo lleno de barro y la cara ensangrentada. Estiro los brazos para frotar con los puños esa imagen horrenda. Mis manos desaparecen tras el azogue y me quedo inmóvil, sin saber qué hacer, hasta que llega Talita con un manojo de hierbas y las sacude delante de mí, mojándome el vestido. Entonces me despierto y estoy de nuevo en el jardín, a salvo. Otros días es mamá la que no nos da tregua. Los médicos dicen que es fiebre de los pantanos, pero no pueden asegurarlo. Yo creo que está loca. De imprevisto echa a correr hacia la charca, gritándome: ¡Carola, Carola!, pero Talita la agarra con fuerza y la acaricia con sus manos grandes y le susurra cosas como "la niña no está, no está". Sabe que yo la escucho porque si intento abrir la boca para protestar clava sus ojos negros en mí y me amenaza con el rosario de cuentas y tengo que apretar los dientes y callarme. Junto a la charca el tiempo se detiene y yo espero y espero, muy quieta, y siento cómo me voy rompiendo a trocitos que caen en el agua turbia y vuelven los sueños raros y otra vez a empezar. Lo cierto es que ya no entiendo nada.
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