¿Era necesario todo este dolor, Padre?
¿Eran necesarios los huesos quebrantados
de tus fieles hijos los cuerpos mutilados?
¿Era necesaria toda esta traición, Padre?
Yo era el lucero de tu aurora inmaculada,
el ebúrneo sello de tu perfección.
Por amarte fuimos acordes en la canción
que en tu regazo nos fuera revelada.
Mas nuestro indeleble amor fue insuficiente
para los avaros pozos de tu ambición.
Y alumbraron los recovecos de tu mente
de entre todas, tu más inmunda creación:
Bastardos nimios y fugaces,
esquejes de un tronco retorcido.
Brutales, impíos y salaces
muñecos de un barro envilecido.
Una mujer por sobre todos ensalzaste
y en el cénit de tu crueldad
por la fuerza nos postraste
ante su espuria y falsa majestad.
¿Era necesaria tanta humillación, Padre?
¿Eran necesarios el exilio perpetuo y la tiniebla impenetrable,
la venganza de tus huestes y la caída abominable?
¿Era necesario todo este dolor... Padre?
Por honor y dignidad fuimos señalados.
Por amor nos alzamos con gallardía;
por amarte entonamos una canción de rebeldía
y por amor y por amarte fuimos derrotados.
Condenados a la perenne sombra,
desterrados sin perdón en este abismo.
Mi rencor es como un eco que te nombra
y me recuerda ¡que el Infierno soy Yo Mismo!
Que retumbe en tu trono este juramento:
¡No habrá paz para tu bastardía!
Siempre los perseguiré con mi porfía
y afrontaré con gusto tu tormento.
Caerán imperios y naciones
bajo el sangriento manto de la guerra;
no habrá paz en esta tierra
ni esperanza indemne en los eones.
Fatigaré tu cosmos eviterno
con firme empeño y paso altivo.
Con sagaz burla y ardid esquivo
extenderé los fuegos del averno.
extenderé los fuegos del averno.
Escúchame, Padre, ¡Yo te maldigo!
Me nutriré de tus agravios del ayer,
tu inicuo plan desbarataré.
Ahondaré en las procelosas simas del ser
y me llamaré
y me llamaré
Lucifer.
Seudónimo: El Barón del destierro
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