Los cuentos están hechos para quienes se
los creen. En cierta medida, son creados pensando en manipular las mentes de
los oyentes; construyen una historia y definen una moraleja que el propio
lector debe inferir. Pero, en realidad, está escrita premeditadamente entre
esas dulces líneas infantiles.
Así pues, cuando alguien contó el final
de la conocida Caperucita Roja, que se ha ido transmitiendo durante varias
generaciones, estableció que la pobre niña acaba engullida por el malvado lobo
por confiar en este extraño. Y, sin embargo, lo que la mayoría desconoce es que
ahí no acaba el cuento.
La bestia, tras comerse a Caperucita y
asentarla en el estómago, sintió una punzada de dolor en su abdomen; un afilado
cuchillo le abrió en canal desde dentro y, entre vísceras y sangre, emergió la
niña. Un brillo de ira centelleaba en sus ojos. Chorreaba sangre desde lo alto
de sus rizos y su caperuza, antes roja, no tenía parangón con aquella
intensidad rojiza brillante en la que había sido teñida. Como trofeo, con el
mismo cuchillo con el que le había dado muerte, arrancó la piel peluda de la
carne del lobo y se la puso por encima.
Dicen que, cuando la luna vigila el
bosque oculta tras sus copas, una niña-lobo aúlla y sale a cazar carne fresca.
Pero claro, puede que sea sólo un cuento.
Seudónimo: Cereza
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