Oculto en el inclinado relieve de la niebla,
minúsculo como la diadema de una polilla,
leo el mensaje impregnado en la tez de mi vigilia
por la esquiva presencia de aquellos labios.
El dolor es superado por el miedo:
Miedo a coronar la cima del presagio,
miedo de arrojarme a la sima de mi sombra,
miedo a la turbadora quietud de la estatua,
miedo de que sea seccionada por la punta
por la punta de la estrella, mi garganta.
Luz prodigiosa, cómo aferrarme a tu aura.
Luz divina, cómo doblegar la herida.
Tan solo me queda el suspiro y el ocaso,
tan solo los vastos confines de la llaga,
tan solo el asilo que me ofrece la nada,
tan solo sirenas, tan solo naufragios.
Aislado en mi guarida de miradas bajas,
aturdido por el estruendo de un pestañeo,
me pierdo en el insondable laberinto de la huella
como lo hace el cilicio afanado de culpa.
La locura es superada por el miedo:
Miedo a la ventisca que deviene del jadeo,
miedo de que el cielo me abrase con el alba,
miedo al inquietante sigilo de la oruga,
miedo de que el polvo me escriba su misiva
su misiva urgente con membrete de huesa.
Mendiga indolencia, dame tu limosna.
Cruel desventura, he aquí tu muesca.
Tan solo me queda el suspiro y el ocaso,
tan solo el celebrado consejo del delirio,
tan solo el certero abrazo de la sierpe,
tan solo insomnio, tan solo ensueño.
Arrastrado por el curso feroz de la saliva
observo mi reflejo en el cristal de otra lágrima
otra lágrima vertida esta noche de miedo.
Seudónimo: Rubicón
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