martes, 7 de mayo de 2013

8. MOSCAS de Julián Sorel



Eran verdes y gordas. Lo acompañaban a todas partes refulgiendo al sol como aguamarinas. No sabía el por qué de aquella extraña simbiosis, pero al pasar de los días, las moscas fueron aumentando en número y las personas de su entorno comenzaron a quejarse. Primero se quedó sin trabajo, después sin amigos. La gente por la calle se hacía a un lado al verlo pasar con aquel enjambre a su alrededor; y pronto le prohibieron la entrada en restaurantes, cines y supermercados.
Un día llegó a casa y encontró una nota de su mujer. «Lo siento, Sherman, pero no aguanto más tus repelentes moscas. Vivir contigo es como hacerlo con una plasta de vaca.» Al final todos le abandonaron menos las moscas. Ellas no. Lo seguían a todas partes con una fidelidad y devoción que daba miedo. A veces se rezagaban sobre un cubo de basura, los excrementos de un perro o la gomina de algún ejecutivo; pero al cabo alzaban el vuelo y le daban alcance allá donde estuviera.
«Parece usted un hombre aseado; y no le encuentro síntoma alguno de enfermedad. Está sano», le dijo el doctor Chandler, mientras apartaba las moscas a golpe de radiografía.
Desesperado, terminó visitando a un curandero. Aquel hombrecillo, después de escuchar su historia, lo agarró de una mano y lo sacó al patio exterior de la casa. Parados bajo el sol esmerilado de la tarde, y en medio de una nube verde y zumbona de moscas, lo mandó mirar al suelo y dijo: «Ahí tiene el origen de su problema, querido amigo: hace tiempo que arrastra el cadáver de su sombra». 

Seudónimo: Julián Sorel

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