Tras con Caronte haberme
disputado
cerril y perspicaz por mi
regreso,
cuando aún porfiaba en
retornar ileso,
cayóme abyecto el golpe
inopinado.
Me humillé ante el Olimpo
despiadado
y del exilio en el
Peloponeso
dejé mi casa sin un
triste beso...
pero no bastó el óbolo
pagado.
Tornarme invisible
intenté sin suerte,
ahogar el llanto con
sonrisas vagas,
reducir mi orgullo a una
masa inerte.
De errar confiado entre
sombras aciagas
me planto ahora a gritar
ante la Muerte:
¡No tengo espalda para
tantas dagas!
Seudónimo: Burzorz
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