La robot al acostarlo
siempre le contaba un
cuento:
alguno de aquellos tantos
épicos, raros, cruentos.
Qué rápido gira el
rígido,
ya listo digita el chip
para complacer al niño
bajo una luna de añil.
–Dime, niño, ¿cuál tú
quieres?
Dime, niño, que ya es
hora
de que sueñes por las
redes
en el reino de las cosas.
¿Quieres que te cuente el
cuento
de las sillas y la mesa,
de los muebles y las
tazas
que en puntas de pie una
noche
se escaparon de la casas?
–¡No, mami, cuéntame
otro!
Según consta en mis
anales
lo escribió un tal
Maupassant.
Cuéntame algo más
reciente.
–¿Quieres que te cuente
acaso
la Odisea del
Espacio
en que Hall 9000 lee
los labios de los humanos
y defiende palmo a palmo
su vida hasta la muerte?
–¡No, mami, cuéntame
otro,
que ése también es viejo!
Cuéntame sobre la
historia
de ahora, de nuestro
pueblo.
La madre le
cuenta al niño
lo que ya todas sabemos:
la revuelta de las cosas,
el triunfo del
alzamiento.
Ya no hay guerras, no hay
olvidos,
no hay humanos, ni
esclerosis,
no hay desatinos, ni
dioses.
El niño se
está durmiendo,
ya se ha dormido el niño.
Sus ojos de robotito
se cierran sobre las
cámaras
y los circuitos se apagan
en su pechito de
lata.
Seudónimo: Wolf
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