miércoles, 30 de enero de 2019

8. ENTRE SOLES. De Herman



                                                                                               Basado en la novela Solaris de Stanislaw Lem

El océano divierte sus caprichos, aspira a ser un pez,
una caracola en primavera. Juega a ser Dios,
fascinado por los terrícolas, a quienes somete.

Stanislav Lem se entrega al torbellino de las calles,
a la tecnología de Cracovia, a disputas sobre esa máquina plasmática
que aviva las alucinaciones más tenebrosas
y las vuelve realidad, deshaciéndose de los visitantes indeseados.

Su pluma carraspea sobre mimoides, asimetríadas,
sobre el planeta Solaris y sus dos soles.
El sol azul y su pálida aurora apañan las inquietudes
y lo destina a recrear personajes temerosos, envueltos en sospechas.

Harey y su vestido blanco, un vestido que permitía ver más allá,
quizá ella solo fuera un ave que muere cada tarde,
confundida en su esencia indestructible, pero vana.
Harey y su amnesia, su dormir desnuda sobre cubierta.
Harey y sus eternos veinte años, su pasión por Kelvin,
dedicada a ser mujer del espacio, reclusa, cadáver.
Dedicada a llorar en medio de una ciencia huérfana,
a ser facturada por la espantosa formación prebiológica

Estanislav recorre con sus dedos aquel cuerpo celeste,
él conoce que no solo en la muerte está lo grotesco
y siente dudas del océano, a quien diera papel protagónico,
personaje omnisciente, atrevido, juguetón,
monstruo con cerebro, océano cerebro   
el cual ha descubierto cómo el otoño aumenta su poderío,
poder que le permite irrumpir en otras constelaciones.

Estanislav siente que su cuerpo es masticado por pájaros deformes
sobre esa agua que extendía fuliginosos tentáculos,          
sobre Snaut quien gemía desvaríos a la luz de un crepúsculo rojo.

Nadie descansa cuando existen espectros en los pasillos.
Nadie descansa cuando el mar tiene autonomía para decidir.

El aire busca besos de amantes, suspiros de violines en un rito nupcial,
pero no sucederá, la Estación Solaris aprisiona la escritura de Estanislav,
se mueve silenciosa hacia los longus, busca los geiseres abisales,
mientras la célula fluida hace rielar crestas de olas vivientes
que ya penetran los soles teñidos, y las desplaza más allá.

El aroma de los tiempos ha cambiado todo, La Tierra refuta teorías
y Lem corre sobre el vitriado mar que lo admite como su creador,
atraviesa las fugaces simetríadas que devienen avenidas, edificios, parques,
una ciudad, se enfría la brisa y él ve la nieve sobre el antiguo castillo Wawel.
Piensa en Harey, Kelvin, en Snaut en los científicos que no debieron morir,
se entrega a los barrios, a nuevas tecnologías en Cracovia,
a su pluma que suspira frente a un ojo de buey anómalo, capitulante
y detalla aquellas olas negras, de reflejos sanguinolentos,
las mismas que ahora Lem ve irrumpir en su calle
cuando los resultados de sus análisis proyectan solo un desierto de plata.
Es un atardecer con un sol rojo hundido en el horizonte.
Seudónimo: Herman

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