La vio al doblar la curva, antes de
atravesar el bosque.
Una silueta blanca y delgada brillando
en medio de la noche.
Bajó la velocidad de su auto, algo
sorprendido de encontrar a una persona sola, a las tres de la mañana, al borde
del solitario camino rural. Cuando ella levantó el brazo pidiéndole detenerse,
dudó por un segundo y quiso acelerar. Entonces vio su rostro, el cabello negro,
como queriendo flotar a su alrededor, el vestido celeste casi transparente, los
ojos verdes, relucientes como dos rayos, la boca entreabierta, dejando entrever
los brillantes y blancos dientes.
Al abrir la puerta del coche, entró con
ella un aroma a tierra húmeda. Se sentó sin decir una sola palabra y se aseguró
con el cinturón; luego lo miró y sonrió tristemente.
No llevaba cartera ni bolso, tampoco un
suéter, a pesar de que la invernal temperatura de afuera ya estaba llegando a
cero. Él no supo qué decir, devolvió la sonrisa tratando de esconder su asombro
y aceleró el auto. Encendió la radio para romper el silencio que lo incomodaba;
„Knockin' on Heaven's Door" llenó el aire.
Al entrar al bosque comenzó a caer una
fina lluvia. Ahora sentía la mirada de ella clavada en su sien. Tenía deseos de
observarla, pero no se atrevía a mirarla y encontrarse con esos ojos
perturbadores; algo en ella le hacía sentirse como un adolescente. El
limpiaparabrisas no secaba suficientemente y la carretera la veía ahora a
través de una red de agua. Sintió frío y buscó en la puerta un papel para secar
el vidrio empañado por el vapor. Al volver a mirar hacia adelante vio por el
rabillo del ojo que el asiento a su lado estaba ahora vacío.
El venado entró por el vidrio
rompiéndolo en mil pedazos.
Después quedó solo el silencio de la
muerte acompañando la voz de Bob Dylan.
Seudónimo: Rubén Tournier
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