El elefante caminó por la cuerda floja
con su acostumbrada pericia, pero sólo recibió del público, como en sus últimas
actuaciones, un tímido aplauso. Entonces, tras volver sobre sus pasos hasta el
centro de la cuerda, se arrojó al vacío. La gente se puso de pie, contuvo la
respiración, crispó las manos… Pero el elefante cayó certera y calculadamente
dentro de un dedal lleno de agua, salpicando, para risa de muchos, a los
espectadores de las primeras filas. La tensión, no obstante, seguía alta,
porque los segundos transcurrían sin que hubiera noticias del elefante; hasta
que, como un periscopio alocado, emergió su trompa. Iba de aquí para allá, se
hundía y volvía a salir. El desconcierto comenzó a esparcirse como una fruta
amarga sin que nadie supiera que el paquidermo había llenado en demasía el
dedal y ahora no lograba hacer pie. Entonces una niña corrió hasta el centro de
la pista y le tendió a aquel elefante desesperado el piolín de su globo…
Seudónimo: Saturnino
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