Él estaba nervioso como todo buen novio. Ella con el
clásico retraso de la novia. Los periodistas convertidos en una jauría
amenazaban con romper las puertas de la iglesia. Afuera la multitud contemplaba
la boda en pantallas gigantes. Todo un suceso. Era el primer matrimonio legal
entre un hombre y una ginoide. Al fin llegó la novia, lucía radiante con su
vaporoso vestido blanco. Venía del brazo de su diseñador. La multitud suspiró a
una sola voz cuando entró. Las mujeres rabiaron de envidia por su belleza sobria.
Los hombres volvían la cabeza al ver sus curvas. Tras la ceremonia de rigor el
sacerdote dijo: «Pueden besarse» y se desataron los aplausos de los asistentes.
No podía ser de otro modo. Habían sorteado muchos
obstáculos para llegar a la boda: una sociedad dividida por el debate, una
profunda reforma legislativa y la desaprobación inicial de la Iglesia. Sin
contar los desafíos tecnológicos. Un éxito del amor y la ciencia. El mundo
siguió su curso y se apagaron las noticias, pero solo hasta que el matrimonio
anunció el nacimiento de su primer hijo. De nuevo la noticia fue tendencia en
las redes sociales. «Es una mujer-robot, no fue diseñada para concebir hijos.
Va contra la naturaleza y contra Dios», declararon los escépticos. Mi abuela
sonreía cuando escuchaba los comentarios y repetía: «La vida es un flujo
indetenible».
La abuela ya no está conmigo, murió hace mucho
tiempo. Me encantaba su forma dulce de hablar. Pese a que soy un hombre añoro
sus historias antes de dormir. De todas, siempre preferí el cuento de la boda
de papá y mamá.
Seudónimo: Neo
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