lunes, 27 de septiembre de 2021

149. CAMPESINO. De Dheix L'Mart

 

 

Anselmo aguarda al lado de la recién finada. Maldice que el cura no llegue a ayudarle, aunque reconoce que es normal en estos días cuando las ánimas llueven hacia el cielo.

El alma brota de la cabeza de la difunta separándose del cuerpo. Anselmo cuenta los segundos antes de actuar. No olvida lo que el abuelo le enseñó para cosecharlas. Sabe que tiene un instante para apresarla antes que el cordón de plata se desprenda del talón izquierdo. Su primera vez fue cuando mamá no resistió más la plaga y se dejó ir. 

Así que Anselmo tiene listo el cuchillo de obsidiana y, tras trece segundos bien contados, ve el hilo argénteo. Lo toma entre índice y pulgar antes de cortarlo de tajo. El cadáver servirá luego para llenar las botellas y alimentar el fogón.

Sale del cuartucho sosteniendo el alma dormida como si fuera un globo en una feria siniestra. Debe apurarse antes de que despierte y llore al saberse atrapada. Mientras la estruja para compactarla observa, inquieto, cómo el rostro durmiente se arruga y se desinfla.

El alma ya es una bolita negra cuando Anselmo llega al lugar en el sembradío que preparó temprano. Se hinca, hace un agujero en la tierra, deposita la oscura simiente y la tapa. Extrae del pantalón una botella para irrigar lo sembrado con un rojo y espeso líquido.

Al ponerse de pie, observa línea tras línea de surcos con maizales en diversas etapas de crecimiento. Camina al que tiene mazorcas listas para ser cosechadas. Arranca una y separa las hojas.

Dentro, lo observan decenas de bebés con el rostro de mamá. Un hilo dorado une sus ombligos al olote. No dejan de sonreír mientras desgrana la mazorca en una olla antes de ponerla en el fogón. Es poco para Anselmo y su hermano, el cura, pero es el único alimento que aún se puede sembrar,  cosechar y bendecir en un apocalipsis postergado.

Seudónimo: Dheix L'Mart

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