46. LA SIESTA
El Pombero aparece como sombra de árbol,
los pájaros vuelan dormidos,
los huevos se quiebran,
los nidos se deshacen como lágrimas.
El gigante grisáceo azul
se convierte en lámina de vidrio,
en el espejo cósmico de lo insondable,
ventanal divino,
estrellado, brillante y fugaz
tal cual como mis sueños
pequeños dibujitos de crayón bajo el rocío.
¡Corre niño!
¡Corre!
¡Corre niño!
¡Niño!
¡Corre, corre!
¡Deja que del pájaro
se alimenten las hormigas!
¡Junta de la tierra tus semillas,
préndete a tu horqueta y huye!
¡Que no quede rastro!
¡Que el viento recoja tus huellas!
Un puñado de guayabas amarillas y verdes
acarrea en una bolsa,
en la que también viajan
bolitas de vidrio rojas y azules
marmoladas y cristalinas
cocos de todas las edades.
¡Yo soy el niño
que no le teme al Pombero
por eso canto y silbo
en esta siesta
como se me da la gana!
¡Que aparezca en este tacuaral
si es valiente!
que aparezca en este bananal
si se atreve
que aparezca en este maizal
si puede!
¡A la puerta de su covacha dejo
tabaco orinado
y picaflores muertos!
Seudónimo: CANCHO Í
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