Al principio la criatura vivía
preguntándose que era. ¿Por qué la tenían encerrada allí con una argolla a la
cintura sujeta por cadenas? Ahora dedicaba el día placenteramente a ver la vida
que le llegaba tras el resquicio en la pared que descubrió ocho años atrás.
Especialmente en las mañanas cuando los niñitos entraban en tropel al patio de
juegos del jardín de infantes. Volaba con la imaginación incorporándose
a sus inocentes juegos. Cantando, bailando, disfrutando a pleno en una comunión
unidireccional. Su único oído, ubicado bajo el ojo, se había agudizado de tal
forma que escuchaba con nitidez las voces de los infantes. Luego de décadas
aprendió a hablar. Bueno… aprender a hablar es mucho pues de su garganta solo
salía un sonido gutural, ronco e ininteligible.
Divisó en el centro del patio a un
nutrido grupo que danzaban al ritmo de la ronda de la luna, su favorita. Se
unió a ellos tarareándola mentalmente y hasta pudo sentir las suaves manitas
agarrando sus aletas. Al rato comenzó el juego de la escondida. La criatura
bajó el parpado un instante, entonces se vio escondida tras el tacho de la
basura, junto a los columpios, conteniendo la risa y la respiración. Por
momentos casi se sentía uno más de ellos. El ojo se le inundó de lágrimas.
¡Cuánto daría por poder estar allá abajo! Aunque fuese un segundo. Tan lindos,
tan inquietos, tan llenos de vida.
Como sufría la noche, tiempo en que el
sol se apagaba. Sufría también terriblemente las vacaciones, los feriados, los
sábados y domingos cuando el silencio del jardín lo volvía a su espantosa
soledad. Entonces trataba de entretenerse con los pájaros, con las ardillas.
Contaba las flores y las nubes. Se soñaba volando, correteando sobre sus
muñones por las ramas de los arboles embadurnado en fragancias. El resquicio le
daba alas a su mente.
Aquella tarde primaveral el hombre
emparchó los huecos de la pared y la pintó. En ese mismo instante la criatura
se dejó morir.
Seudónimo: Gerard Walt
Excelente texto.
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