viernes, 13 de junio de 2014

43. LA ESPONJA. De La Esponja


Era un planeta no muy denso pero gigantesco, y su campo gravitatorio lo atraía con una fuerza formidable. Su patética reserva de combustible no le permitía ni soñar con alejarse de él, o al menos frenar como indicaba la doctrina.
Dominó su ansiedad y esperó. Y sólo cuando la voz grabada le advirtió que a esa velocidad la colisión era inevitable, disparó los retrocohetes. A pleno, con desesperación. La nave se fue deteniendo gradualmente hasta quedar casi inmóvil… pero demasiado alto.
Impotente, con los tanques vacíos, asistió a la caída libre final. Había errado por un kilómetro. En distancias cósmicas, nada… y a la vez demasiado. Esa voz de plástico y metal le ordenó una y otra vez que aplicara impulso en reversa. Él no tenía con qué.
El paracaídas era inútil: casi no había atmósfera. Clavó la vista en los vidrios frontales, y contempló con horrorizada fascinación cómo el planeta se abalanzaba hacia él. Escuchó el siniestro aullido cíclico de la alarma general. Telemetría indicó cien metros; colisión inminente.
Desorbitó los ojos y contrajo los músculos, hechizado por el espanto, y de repente algo empujó su cuerpo hacia la consola. Sin violencia, sin estampidos.
Entonces comprendió. Lentamente, mientras lo invadía la euforia, compren­dió: era esponjosa… ¡La superficie del planeta era esponjosa!
Increíble… Le acababa de ser regalada una nueva vida.
Oxígeno tenía en abundancia; agua también. Suspiró feliz, encendió el radiofaro, y se dispuso a esperar la misión de rescate.
Dentro de esa especie de esponja, los químicos se fueron activando por contacto. Gota a gota, la criatura comenzó a secretar sus ácidos para digerir la nave y su contenido.


Seudónimo: La Esponja

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