El silencio ocupó el estadio al entrar
el equipo terrestre. Once hombres ágiles como leopardos, fuertes como
gladiadores. El público marciano contempló admirado sus cascos con
escudo─holograma, sus gafas de infrarrojos con microordenador incorporado, el
resplandeciente uniforme de tejido ultratérmico, las botas aptas para todos los
terrenos, programadas para volar. Ningún espectador hubiera podido comprarse un
atuendo semejante ni con su salario de un año.
El equipo local, con su atuendo lavado
muchas veces y sin un solo nanosensor que siguiera funcionando, las zapatillas
cómodas de puro viejas, parecía un grupo de escolares que aprenden a jugar al
fútbol.
Pero aquellos muchachos tenían coraje,
tenían pasión, y corrían como leones hambrientos. Así habían llegado a aquella
final impensable de la copa Solar, retrasmitida en directo a todas las colonias
habitadas y a la Tierra misma, donde se habían hecho millones de apuestas.
Durante 45 minutos el público contuvo el
aliento ante cada ataque enemigo, y vibró con los propios, bajo el rojo cielo
de Marte, crepuscular. Llegaron al descanso 0 a 0.
El estadio bramaba al empezar la segunda
parte. Parecía posible asaltar los cielos, que un sueño largamente acariciado
se hiciera realidad: derrotar a los grandes, los mejores.
Pero la portería contraria era
inexpugnable, y su delantero centro, un africano hermoso y elegante en su
juego, era capaz de mil prodigios. Consiguió el primer gol. Un gemido ronco
recorrió las gradas. Luego llegaron dos goles más.
Cuando el árbitro pitó el final, los
colonos despidieron a los visitantes, que volvían a su plateada nave espacial,
entre lágrimas y rencor fascinado. Algunos decidieron olvidar, otros no volver
a soñar nunca, otros se juraron que la próxima vez.
Regresaron a sus casas subterráneas en
la noche triste.
Seudónimo: Roberto Oscuro
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