-"Un pequeño paso para un hombre,
un gran salto para la humanidad". ¡Ja! Más bien una pequeña verdad dentro
de una gran mentira. La frase se lo ocurrió realmente a Armstrong, ¿sabes? No
estaba en el guion y la propuso justo antes de rodar la escena. Tenía tantas
ganas de que fuera verdad que pienso que llegó a creérselo… al menos por un
instante. Todo lo demás fue sólo un inmenso montaje. Lo sé bien porque yo
estuve allí. Semanas de ensayos y grabaciones en aquel condenado plató. Era
como una cárcel: veinticuatro horas vigilados por la Policía Militar, la CIA,
el FBI y… ¡Cristo bendito!
Apartó con gesto de hastío la bandeja de
comida, que chirrió al rozar contra la desgastada superficie de la mesa.
-¡Qué asco! Aquí todo sabe a esas putas
medicinas.
-Es verdad —respondió el otro sin dejar
de masticar la enorme bola de puré de patata que se había metido en la boca, ni
siquiera cuando, casi ahogándose, hubo de dar un largo trago de agua del
rallado vaso de plástico.
-No te confundas —continuó, mientras se
rascaba la parte baja de la espalda: la áspera tela del uniforme le producía
urticaria—. Yo no fui mejor que los demás. Me callé como una zorra y acepté la
pasta que me ofrecieron. Y me hice el tonto como todo el mundo, simulando que
también creía aquella absurda historia. Después de todo, lo vimos por la tele,
¿no? Entonces, tenía que ser verdad…
-A mí me gusta mucho la tele —le replicó
alegre, mientras apuraba el plato y miraba con codicia la comida casi intacta
de su compañero.
-Pero un día ya no pude más —continuó—.
Tenía que sacármelo de dentro. Y esos hijoputas me encerraron aquí…
-Te entiendo perfectamente —le respondió
recolocándose el bicornio de papel—. A mí me hicieron lo mismo. Pero la próxima
vez que escape no volverán a encerrarme en Santa Elena.
Seudónimo: Peregrino
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