Mamá vino con el vaso de agua que le había pedido. Me
cubrió con la sábana hasta el cuello, me dio un beso en la frente y bajó la
persiana del dormitorio para que no entrara la luz. Cuando nos quedamos a
oscuras, volvió a mi cama y me dejó la estaca debajo del almohadón. Y me dijo:
"Si me acerco, ya sabes qué hacer".
Entonces oí cómo se alejaba hacia el fondo, se
colocaba los grilletes y tragaba el somnífero.
-Hasta mañana, mamá.
-Te quiero, hijo. Que descanses.
Antes de quedarme dormido, me aseguré de que tenía el
arma a mano. En las últimas noches, la pastilla había tardado en hacer efecto y
la grieta de la pared no soportaría más tirones. Mamá también tenía mucha sed
cuando se acostaba, pero nunca pudimos beber del mismo vaso.
Seudónimo: Miguel Lora
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