martes, 11 de agosto de 2020

6. CRISÁLIDA. De Tiriel

 

Antes solía salir al jardín para contemplar las mariposas haciendo malabares en el aire. Aquel era uno de los pocos placeres que lograba deleitarme. Sin embargo, de repente comencé a permanecer durante horas entre las rosas, era una necesidad, un impulso que me dictaba la conciencia sin que pudiera evitarlo. En mis pensamientos sólo existía la idea de coleccionar alas de mariposas: tenía que cazarlas, arrebatarles la posibilidad del vuelo —su más preciado tesoro— y verlas en el suelo, retorciéndose hasta morir. Logré reunir cientos, miles de alas hasta que, sin comprenderlo, empecé a construir una especie de capullo con todas ellas en un rincón de la casa. No concebía aquel absurdo, aunque todos mis actos estaban centrados en esa faena. Poco tiempo después de haberlo terminado, me fui acomodando en su interior hasta quedar totalmente envuelta. Luego junté los bordes de la hendija por donde me escurrí hacia dentro y corté el paso a la luz. Desde entonces han transcurrido varias semanas. Ahora puedo sentir unos apéndices en mi espalda. Son alas, enormes alas y siento el fluido de mi sangre recorriéndolas. Quiero salir, quebrar estas paredes que ya me asfixian. Pero mientras el ahogo abraza mi cuerpo, sólo alcanzo a pensar que allá afuera está esperándome, con malicia, algún cazador de mariposas oculto entre las flores. 

Seudónimo: Tiriel

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