En ese ocaso, el
poeta agoniza apenado,
y como si soñara
una frustrada ilusión,
aparece ante él un
mundo enajenado,
que su alma
contempla con extraña visión.
Ve árboles muertos
que no esperan otoños
y no tienen hojas
secas que puedan caer.
No esperan
primaveras que le traigan retoños,
ni cálidos veranos
para reverdecer.
Ve rocas sin musgos
que le presten su vida
y piedras áridas
que el fuerte sol calcina.
Ve seres fanáticos
donde el odio los anida,
buscando su presa
con ambición mezquina.
Ve mares que han
perdido sus agitadas olas
y arenas que añoran
esa caricia fría.
Ve barcas destruidas
que han quedado solas
y esqueletos
oxidados al borde de una ría.
Ve un cielo inmenso
de estrellas apagadas
y una niebla que
cubre los campos desérticos.
Ve los cuervos que
se apiñan en bandadas,
sobre la carroña de
miles de cuerpos muertos.
Ve como se disipan
las luces de los confines.
y se detienen los
cursos de las corrientes.
Como se acallan las
voces de los querubines
y se silencian los
murmullos de las fuentes.
Vislumbrando la
polución en el poniente
en ese ocaso
postrer, de su postrer día,
el poeta fue
cerrando sus ojos lentamente
y un lamento
inconcluso, dejaría su poesía…
Seudónimo:
Aliver
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