Estaba
atrapado. La tabla de madera astillada e invadida de grafitis caseros y la
traba oxidada que apenas resistía los golpes desde afuera eran su único medio
de protección. Podía ver, por debajo de la puerta, las zapatillas embarradas de
Ray y los botines con los que Bornacini había marcado temporalmente las caras
de incontables alumnos de primer año, y eternamente sus almas y su orgullo.
Ya ni
siquiera gritaban. Su reputación y su aspecto cavernícola habían logrado que un
par de puñetazos en alguna superficie ruidosa fueran suficientes para erizarle
los pelos a cualquiera, en especial a quien llevaba revistas animé,
anteojos recetados y un monedero con la cara de un superhéroe y la plata para
el almuerzo.
No podía
volver a casa sin comer y sin el resto del dinero. No mientras sus padres
habían sido convocados por segunda vez por el gabinete y los directivos para
hablar de su pobre desempeño social y falta de adaptación al curso.
La realidad
era que nunca había tenido amigos. Fuera de Ray y Bornacini, nadie le dirigía
la palabra; todos en el colegio lo trataban como si fuera invisible.
Lo sentía
en cada mirada que no se cruzaba con la suya. "Invisible,
invisible…"
Ray
finalmente logró derribar la puerta. Esta cayó sobre el inodoro, por lo que
Bornacini debió utilizar nuevamente su fuerza para levantarla y enfrentarse al
nerd que los esperaría acurrucado cual roedor, como si intentara desaparecer.
Para su
sorpresa, se encontraron con un inodoro vacío. Creyendo que se habían
equivocado de puerta, derribaron el resto, una por una, hasta que se dieron por
vencidos, y salieron del baño para descargar su ira en otro indefenso de metro
y medio.
Mientras
tanto, dentro del misterioso lavabo, apretando los dientes, los ojos y el puño
que sostenía el dinero, se encontraba Martín Pedrotta, que luego de años de
sufrir humillaciones, había logrado volverse invisible.
Invisible,
invisible…
Seudónimo: Mianna
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