martes, 18 de julio de 2017

103. VISITA. De Dew 21


Ya no dejan poner floreros con agua. Es por el dengue, dicen.
De pequeña, solíamos venir con mis hermanas a jugar entre las tumbas.
El olor a flores mustias al entrar al cementerio era parte de un ritual que empezaba con el orgulloso mármol de las capillas de las familias fundadoras del pueblo y terminaba a ras del suelo con blancas cruces.
Buscábamos el muerto más joven, el más viejo, el más feo. Pasando la capilla central nos reconocíamos en las fotos familiares: las mismas cejas pobladas, los ojos penetrantes pero sonrientes.
La muerte entonces era visita de domingo y aroma dulzón.
Deslizo distraídamente los dedos por las lápidas y un ruido extraño me sobresalta. Al darme vuelta veo a una anciana encorvarse sobre la tumba de su esposo.
Pero que tonta soy. No debo inquietarme. Siempre sé cuando han llegado.
Me asomo de puntillas y por encima del muro los veo. Me aliso el pelo y aprieto  mis manos sobre los pliegues del vestidito blanco.
Estoy preparada. Aquí los espero.
Donde mi muerte es sol de invierno.
Seudónimo Dew 21


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