El hombre consuela a su hija que llora y
sufre porque, tragedia si las hay en esa edad, se tragó un diente de leche y no
va a conseguir la preciada moneda bajo la almohada.
"El Ratón de los dientes se va a
enojar" se queja la niña, con el llanto desesperado que nos dura lo que la
infancia. El hombre la acaricia con amor de padre y se tienta con la verdad,
con destruir la última fantasía, con extirparle la angustia del pecho con el
filo del desencanto. Piensa en las creencias arrasadas: Navidad, los Reyes
Magos, los monstruos bajo de la cama, las hadas madrinas. Y entonces calla, con
el secreto orgullo de ser el guardián de la última trinchera de la inocencia.
El grito agudo en mitad de la noche le
hace entender la magnitud del error. Corre hacia el cuarto rosado con la
espantosa convicción de que quién cree en algo, le da vida. No precisa ver las
manchas carmesí, las sábanas hechas jirones, los chillidos furiosos, el corazón
quieto y el vientre infantil desgarrado, para juzgar al enorme roedor de ojos
amarillos tangible y entender que, si vino por un diente, no va a irse con las
garras vacías.
Seudónimo: Selak
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