"¿Por
qué me acaricia, por qué me estremece
esa
canción dulce, llorosa e incierta
que
apaciblemente muere en la ventana
a
las tibias auras del jardín, abierta?
Paul
Verlaine
I
Desde ninguna casa, hilvanada por sueños en mi infancia de
niebla o de llovizna.
Desde la ofrenda rota de los vidrios donde acecha un mandala
de hilos blancos
contra el oscuro corazón de lo que ha muerto…
Desde ninguna casa donde duelan las sombras,
donde abuelas nos zurzan los harapos de existencias vacías,
yo te busco, poema.
Chorrean los relojes en el infierno blando de Dalí.
La luna se hace fría en la noche azulada de Van Gogh.
Un aria de Verlaine es un espejo donde se miran otros…
Y aquí estamos, ladrándonos los perros
porque somos extranjeros de la casa y de la muerte.
Se enlutan heliotropos
y en el corazón rojo o blanco de las rosas,
mi madre se ha dormido, narrándonos un cuento de lobos
abuelados
que acechan en el bosque de la noche más blanca,
mientras la casa duele y se respiran
las estrellas azules del estanque
en el desierto condenado de un niño que recita su pena en la
llovizna.
II
No hay muebles que le cifren la ceguera
al espejo quebrado de las aguas donde se mira el hombre.
Soy el vértigo de todo lo que ha sido
la casa: la flor abierta al símbolo barrido del otoño,
la luna, enorme y blanca, tras los robles
en la noche circular de arcanos búhos
que ululan en las tramas de las sombras efímeras del aire.
Me rezo esta oración de lluvia en versos
para que el niño que juega me convoque
a escribir otros cielos en los charcos.
- Voy
a cazar, le digo.
En el bosque de la palabra que no es muda,
los conejos son cuervos, son poemas.
Los pedazos del mundo remiendan los rituales de otras
lluvias.
y aquí estamos los dos, atizando los fuegos del invierno
con las ramas más secas de la noche,
al borde la casa.
III
Desde ninguna casa,
el lenguaje traduce el mal-decir del lenguaje.
Mí tía borda el sueño
en la ventana secreta de otro cuento
sin lobos y sin niños.
Le ha dejado su vida a los espejos para que duela en madre la
mañana.
Yo le presto la clave de la noche
que murmura entre ignotos espejismos sus zarpazos de
estrellas.
Cuando no duela el signo de las cosas,
cuando la casa sea la cueva donde moren los sueños,
saldré a cazar al niño que ha fugado por los bosques azules
del poema.
Pero antes, encenderé otro fuego limpio…
No sea que mis muertos escriban pictogramas en los muros
y el niño tenga miedo de los muertos
y de todo cuanto murmure este poema.
Seudónimo: Lonrot
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