Como siempre, la alarma sonó a las 6:00
a.m.
Los 88 humanos abrieron los ojos en el
mismo segundo. En menos de 10 se enfilaron hacia los urinarios. 243 segundos de
alivio fecal para cada uno. El silencio solo era quebrantado por micciones,
estertores y bufidos. Después de pasar por la ducha desinfectante esperaron,
cada uno ante su catre, la orden de vestirse.
Se vistieron en menos de 70 segundos y,
al gruñido sintético, todos marcharon hacia los comederos al trote prestissimo,
haciendo todo el ruido que podían con sus botas. Ese era el único momento de
intimidad; apenas 30 segundos. El sonido rítmico ensordecía los micrófonos
ocultos y enmascaraba los comentarios no autorizados.
—Esta noche he vuelto a soñar —le
susurró el desconocido de atrás. Siempre había sido un desconocido a pesar de
haberse criado juntos desde su gestación.
—¿Qué has soñado tú? —Preguntó nervioso,
dando a entender que él también había soñado. Como otros, que callaban
asustados de las consecuencias que pudiera acarrear. Soñar era una anomalía
desautorizada en aquella sociedad controlada.
—Con un animal peludo, que me lamía y
jugaba conmigo. Yo era pequeño porque me caía abrazando al animal y me reía.
Tengo miedo, he soñado con la risa.
Él mismo soñaba con el abrazo cálido de
una mujer, que creía su madre, entre la frescura de lo que fuera una tarde de
primavera en la naturaleza.
—Suma números primos o, mejor, calcula
el número π hasta que en tu mente no quepan más dígitos. Y te aconsejo que
olvides la risa por completo. ¡Qué no lo noten!
Al unísono, la marcha se silenció ante
los comederos. Solo el sonido del aliento agitado se mezclaba con el zumbido
del escáner cerebral matutino… como siempre.
Él bloqueó su mente calculando la
secuencia de Fibonacci y mitigó su rabia apretando los puños, respirando con
calma. Algún día los soñadores no seguirán el paso. Las semillas de la
libertad, que maduran en el sueño, estallarán en flores de revolución.
Seudónimo: 3 Monedas y Una Iguana
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