Viajan callados los jinetes de hojalata.
Pasan sin marcar las suelas en el barro,
con el reloj parado debajo del puente.
Podrían extender un brazo y tocar el arrabal
podrían soplar y despeinar las estatuas
podrían abrir los ojos y llegar a algún lugar.
Pero siguen recorriendo el enigma
del perfil que forja los eslabones
que encadenan las dunas al espejismo de un desierto.
Saben que no podrán dormir en el nido de los alacranes
hasta que no hayan herido sus pies
con la tiza que escribe las letras del infierno.
Aprieto los ojos y diluyo el sendero de mi mente.
No dejaré que encuentren la rendija que se abre
a la oscuridad de los impenitentes.
Pero vuelvo a fracasar y la luz
del alba solloza jirones rojos.
Se doblega al miedo del instante impune
mientras arde un demonio en mi jardín.
Seudónimo: El equilibrista cojo
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