lunes, 19 de marzo de 2018

35. INSTRUCCIONES PARA PEDIR UN DESEO. De Horacio



Piensa en esto
JULIO CORTAZAR

Cuando el genio de una lámpara te concede un deseo,
te concede también un terrible mar de dudas.
No te concede solamente el amor de una mujer que ya se había enamorado de otro,
una inabarcable piscina de monedas con decenas de metros de profundidad,
o la envidable capacidad de no envejecer nunca.
Te concede, más bien,
la incertidumbre de no saber
si has aprovechado de forma correcta ese terrible momento,
si no habría sido preferible –como decidió Aquiles–
la Gloria dentro de una vida corta
antes que una vida eterna pero sosa, aburrida y falta de Gloria.
Te concede todos los días,
–sí, todos los días–
la pregunta de si el cuerpo voluptuoso de aquella mujer
que se marchita sin voluntad a tu lado
merece, de verdad, la pena,
o si no habría sido mejor una interminable cantidad de dinero
con la que poder recorrer cada rincón del mundo,
disfrutando de caprichos inimaginables
–novelas, relojes, lápices de colores–
o quizá gozar de la juventud eterna,
ver como se derrumba todo a tu lado:
personas, países, fronteras,
dioses, imperios galácticos.
Cuando un genio te concede un deseo,
–amigo, piensa en esto–
eres tú el deseado,
la diversión de aquel ser artero,
que disfruta a carcajadas de tus dudas,
agazapado en lo más recóndito de su lámpara,
mientras aguarda a que le llegue otra víctima imprudente.
Seudónimo: Horacio

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