lunes, 26 de marzo de 2018

74. EL ÁRBOL. De Rakar



A la vuelta de mi casa hay un árbol enjuto y seco
que es engendro del demonio.
Sus ramas, más que ramas, parecieran ser los lamentos de los locos
blasfemando hacia los cielos.
Su tronco, más que tronco, el brazo mutilado de un guerrero pareciera,
o el muñón de algún baldado, tras una guerra atroz y cibernética.
Sus nudos, que hasta las lagartijas recelan, más que nudos,
parecieran ser los ojos mustios de los tuertos
cargando sus fúnebres presagios.
Su copa, más que copa, de la nada pareciera ser un negro agujero
del que las aves despavoridas huyen y sólo anidan las tinieblas.
Del viento que lo mece, más que viento,
se dijera que es el mismo soplo helado de la muerte.
Y de las hierbas que lo circundan, más que hierbas,
los guiñapos que un mísero arrastrara, parecieran entreverse.

¡Todo él parece ser venido de un planeta devastado y sufriente,
caído en medio de la luz y del cemento como si al patíbulo fuera!

Enfrente de una fábrica, a la orilla de una calle recién asfaltada
por donde transitan relucientes automóviles,
y obreros embutidos en audífonos estéreos,
ha crecido este fruto impío del averno,
sin amparo y desterrado de una mano jardinera,
a hurtadillas regado por una vieja compasiva
o algún esquivo aguacero,
por la indolencia abonado como orinal de los perros,
y sólo acariciado por los gases inmundos del entorno
que han ennoblecido de otro modo su corteza.

De sus lúgubres ramas, aún cuelgan ajadas,
de tiempos electorales, algunas pancartas amarillentas
en donde los hombres piden los votos de los hombres,
promoviendo el cambio y haciendo promesas de venturosos tiempos.
Mas sólo él, como un alma en pena,
del Edén arrojado, ya nada aspira ni pide consuelo
porque sabe que el cambio es sólo otro nombre de la roña
y de la humana inclemencia,
y en el dolor que lo acompaña, presiente, como buen centinela,
su destino sombrío, su incierto horizonte…

Cuando encamino mis pasos a la ciudad embotada de molicie
sólo yo lo contemplo al desquiciado,
y siento que él me devuelve de buena gana la mirada...
Sólo entonces,
consternados y patéticos
nos reconocemos como iguales.
Seudónimo: Rakar

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