viernes, 2 de agosto de 2019

103. S/T De Iria Flavia



Cuando era pequeña, mi abuela me decía que el conejo que corría por el jardín, en aquellos largos veranos, era realmente una joven muchacha llamada Gertrudis, que quedó soltera por cuidar a su madre, así que nunca conoció el amor. Muchas tardes, en plena canícula, mientras todos descansaban, observaba al conejo desde mi árbol favorito, y le hablaba como si fuera realmente esa joven. Pero nunca me dijo nada. O al menos yo no la oí nunca. Uno de aquellos veranos, trajeron a la casa un perrito recién parido, negro azabache. Mi abuela me dijo que realmente era un trovador llamado Zacarías. Cuando le pregunté que era un trovador me dijo que era alguien moldeado por su imaginación. Mi abuela siempre me contaba historias fantásticas, maravillosas. Aquellas noches en vigilia, en su regazo, mientras me contaba esas historias, son un recuerdo que perdurará por siempre en mi memoria. Su imaginación era portentosa. Duendes, hechiceros, brujas, reyes, princesas, dragones, trovadores, bufones, caballeros, héroes, hadas…y, animales con alma de personas. Siempre que veía un colibrí, una serpiente o un potro, cuando paseaba por el bosque, pensaba en quien podría ser. Imaginaba que era príncipe aquel pez dorado que surcaba el riachuelo, que el ciervo que entreví aquella mañana, era un rey, y cuando regresaba a casa y se lo contaba a mi abuela, ella sonreía, y me animaba a escribir historias.
Hoy, por fin, después de muchos, muchos años, he decidido empezar a escribir un cuento, como los que me contaba mi abuela. Aunque habré de imaginarlo, pues las ardillas no podemos escribir.
Seudónimo: Iria Flavia

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