Cuando era pequeña, mi abuela me decía
que el conejo que corría por el jardín, en aquellos largos veranos, era
realmente una joven muchacha llamada Gertrudis, que quedó soltera por cuidar a
su madre, así que nunca conoció el amor. Muchas tardes, en plena canícula,
mientras todos descansaban, observaba al conejo desde mi árbol favorito, y le
hablaba como si fuera realmente esa joven. Pero nunca me dijo nada. O al menos
yo no la oí nunca. Uno de aquellos veranos, trajeron a la casa un perrito
recién parido, negro azabache. Mi abuela me dijo que realmente era un trovador
llamado Zacarías. Cuando le pregunté que era un trovador me dijo que era
alguien moldeado por su imaginación. Mi abuela siempre me contaba historias
fantásticas, maravillosas. Aquellas noches en vigilia, en su regazo, mientras
me contaba esas historias, son un recuerdo que perdurará por siempre en mi
memoria. Su imaginación era portentosa. Duendes, hechiceros, brujas, reyes,
princesas, dragones, trovadores, bufones, caballeros, héroes, hadas…y, animales
con alma de personas. Siempre que veía un colibrí, una serpiente o un potro,
cuando paseaba por el bosque, pensaba en quien podría ser. Imaginaba que era
príncipe aquel pez dorado que surcaba el riachuelo, que el ciervo que entreví
aquella mañana, era un rey, y cuando regresaba a casa y se lo contaba a mi
abuela, ella sonreía, y me animaba a escribir historias.
Hoy, por fin, después de muchos, muchos
años, he decidido empezar a escribir un cuento, como los que me contaba mi
abuela. Aunque habré de imaginarlo, pues las ardillas no podemos escribir.
Seudónimo: Iria Flavia
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.