Para un corazón como el tuyo, estos
versos de amor y de silencio.
Un sinfín de palabras durmientes en
el tiempo.
Al atardecer, en desbocada carrera
iré hacia ti.
Volaré a tu palacio de eternos
corredores.
Me perderé entre tus mármoles.
Gasas del tiempo, las telarañas
marcarán el caminar vacilante
Del que supo comprender, aunque
tarde,
La vieja filosofía de la piedra,
siempre rodante.
En el jardín hay olor a flores
hechizadas, embrujo en los rosales,
Magia en las hojas de los árboles.
Misterioso enigma, el agua de la
fuente salpica los años
Y la humedad, que se evapora con
sigilo hacia el cielo,
Deja sobre los muros la verde firma
de la primavera.
Lo que veo me envuelve y me
acompaña,
Empujándome hacia tu lado, sin nada
que me detenga.
Lo siento todo cuando avanzo entre
brumas
Y toco lo que fue tuyo y respiro
del mismo aire que tú respiraste.
Acaricio esta penumbra, la
oscuridad perdida de tus ojos,
Tu pasado y el mío que se aparecen,
erráticos.
Hay algo que palpita en este
encuentro.
El ritmo acompasado que dejan mis
pasos al avanzar
Se refleja extrañamente en las
sombras de las lunas plateadas.
Llego a la cima tras escaleras que
semejan infinitas barreras,
Trampas ocultas bajo damascos,
jaulas de alados pies.
La fascinación de descubrir el
secreto de los siglos,
Guardado celosamente por la
historia, se apodera de mí.
En el pequeño instante que
transcurre
Hay hadas de alucinante danza y
música lejana de violines,
Acordes y abrazos que ocultan tu
imagen,
Arpegios violentos que suenan a
ecos, voces y murmullos de duendes.
El miedo me invade; la
indecisión me rodea.
Te encuentro al fin, pálida,
yacente entre sueños de infinita melancolía.
No puedo sino acercarme,
arrodillarme, contemplarte.
Me sumerjo en tu leyenda. Te
imagino, bella durmiente,
Viva aún entre los vivos; como
entonces rodeada de rosas y risas.
Traspaso la línea del mundo que me
priva de tu compañía.
Huye de mí la tristeza cuando entro
en el brillante salón de tus pensamientos
Para bailar juntos un último vals
sentimental.
Cuando tu visión se aleja de mis ojos,
en la medianoche,
Beso con timidez tus labios de
alabastro - pétrea ilusión de juventud-
Vigilado por huecas armaduras.
Los estandartes se agitan al son de
las trompas de oro.
Se rompe en mil pedazos la rigidez
de tu cuerpo.
Suspira el castillo que resucita de
antiguas fantasías.
Vuelve, temblorosa, la memoria
perdida.
Tu semblante se ilumina como la luz
de la aurora.
Susurro a tu oído: "deja que
sea mi mano la que te guíe,
Pues tú y yo recorreremos los
interminables senderos del amor
Mientras el juglar, burlado por el
inesperado hecho,
No acierte a inventar una nueva
fábula".
Seudónimo: Kolibrí
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