Para
Paulina Monroy
Macetas de caoba
para cultivar orquídeas con ojos
en algún sótano o cuarto
abandonado;
la luz, de la ciudad o del bosque,
los hiere, los marchita, los
resquebraja;
la oscuridad y el polvo
los sanan, los renuevan, los embellecen.
Ellos manosean.
Ellos degustan.
Ellos contemplan.
Ellos respiran.
Ellos escuchan.
Hablan de pesadillas
cuando se les deja por mucho tiempo
frente a un espejo; se preguntan:
¿Quién eres? ¿Estás seguro de que
eres tú?
¿Te perteneces? ¿Te vives? ¿Te
asumes?
¿Te representas, proyectas, o sólo
reproduces?
¿A qué le tienes miedo? ¿Crees en
ti?
¿Qué necesitas? ¿Qué buscas? ¿Te
gustas?
Ellos descubren.
Ellos comprenden.
Ellos aprenden.
Ellos entienden.
Ellos comparten.
Depósitos de nombres
que una vez que te encuentran
aprovechan tu vulnerabilidad
humana,
frente a las emociones cotidianas,
y te encantan y te abrazan y te
atrapan;
una vez en su interior serás
nada más un recuerdo, un suspiro
material.
Ellos imaginan.
Ellos hablan.
Ellos caminan.
Ellos callan.
Ellos ensueñan.
Cajas de cristal
para cultivar girasoles con
corazón,
en algún jardín o patio habitado;
el grito, de la calle o del
cementerio,
ni los atemoriza ni los intimida ni
los limita;
la música y el silencio
los entretienen, los divierten, los
purifican.
Ellos conocen.
Ellos protegen.
Ellos seducen.
Ellos renacen.
Ellos mueren.
Seudónimo:
Odín Aldighieri
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