martes, 8 de marzo de 2016

41. EL DUENDE. De El elefante


El duende cree que no lo veo.
¡Ese infeliz!
Se agacha, se esconde,
murmulla,
tropieza
y tiene el descaro
de escribir mi pensamiento entre la tierra y pintarlo de hielo...
Se burla de mí.

No sé si es duende o demonio,
sólo sé que con su dedo manda búnkeres en nubes de huesos;
es pequeño y fastidioso
y escupe huracanes sobre las treguas.

Cuando duermo,
arroja piedritas de meteoro
revestidas de silencio y vinagre.
Se asoma tras las patas de los muebles,
trastabilla y revisa para meter mi sueño en una cajita
de espinas y lumbre.
Aprieto los ojos.
Vuelvo a dormir.

En mi oído,
el tramposo atrapa ballenas, polvos, castillos y derrumbes,
y los coloca en su libreta.
No olvidará su deber de colorearlos,
arremangarlos y destruirlos
para que no visiten a otros
donde las pesadillas
—miedos y desmanes—
harán de las suyas.

Se ríe
y retumba como huecos con imanes mi mente,
masajeada por él,
adolorida.
Y su cara mordaz
se arruga con las velas
(luces para los difuntos)
que a él le gusta confundir.

Si quemo mi cuarto,
aunque lo atrape,
sus huellas serán momias en los escombros.

Voy a soportarlo
hasta que una noche,
cuando haga burbujas de ira con su boca,
yo le cante unos rezos para el purgatorio
y que ésos
en un vaso de agua o espejo
lo pongan.

Seudónimo: El elefante

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