Los jinetes de Edelian, vencedor de las
riveras del Leceo, aniquilador de las hordas de Imphelón y liberador del reino
de Terfarad, cargaron con tal ímpetu que llegaron hasta el centro de la masa
enemiga. La infantería belatana, con sus uniformes pardos y estandartes
carmesíes, había sucumbido al pánico al ver acercarse la mole de carne
acorazada lanzada contra ellos, y muchos habían olvidado la orden de permanecer
firmes con las picas en ristre.
Por desgracia para Edelian, el empuje
había desaparecido debido a la enorme profundidad del ejército enemigo, y las
monturas frenaron, obligándolo a sacar su espada de filo curvado, que centelleó
como si fuera de plata al recibir los rayos del sol rojizo y fiero que colgaba en
el cielo.
-¡Espadas! –gritó, y decenas secundaron
su orden, un tumulto de acero al salir de las vainas que se sobrepuso al caos
de la batalla.
Pero los belatanos eran muchos,
demasiados, y cayeron sobre ellos, rodeándolos y dándoles muerte con furia,
espoleados por sus oficiales sedientos de sangre.
De los aliados de Edelian, nada se sabía
aún, pese a que habían prometido su ayuda.
El héroe se mordió el labio mientras
hendía un yelmo, preocupado. Si le habían traicionado, no durarían mucho. Vio
morir a buenos camaradas a su lado.
En ese momento, empecé a preocuparme.
Fui totalmente consciente de haber metido a Edelion en tal brete que ninguna
solución lógica podía salvarle. ¿Debía resignarme a acabar con el héroe,
entonces? No quería hacerlo. Pero tampoco quería volver sobre mis palabras y
reescribir las situaciones que habían conducido a ese momento. Estaba
especialmente orgulloso de las páginas anteriores, así que opté por otra vía.
De repente, glorioso en su enormidad, un
gigantesco puño, como una montaña, cayó sobre los belatanos, destrozando a más
de la mitad de su ejército, y Edelian sonrió, porque ahora el número de
enemigos era mucho más manejable para sus tropas...
Seudónimo: Lord Alce
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