Al emprender la fuga bajo la artimaña
ovejuna, Odiseo no escapó junto a sus compañeros antes que la salida fuera
bloqueada con una enorme piedra por el ciclope ciego. El rey de Ítaca quedó
atrapado en la cueva junto al gigante antropófago. Así que no conoció el amor
de Calipso, ni narró sus aventuras a Alcinoo y mucho menos volvió a pisar la
tierra natal.
Privado de la visión, Polifemo se tornó
más suspicaz y obsesivo. Abandonaba la caverna pocas veces y por lapsos
breves. Al ausentarse, siempre se
aseguraba de cerrar con la enorme piedra. Odiseo no pudo idear una nueva
estrategia para escapar. Se vio obligado a llevar una vida furtiva, igual que
una sabandija. Pasaba los días oculto detrás de
las pilas de roca que servían como burdos enseres. Únicamente emergía
cuando el monstruo dormía, con el fin de conseguir restos de comida o un poco
de agua. Si las pisadas de Odiseo producían el menor ruido, Polifemo se lanzaba
a perseguirlo a tientas, tropezando por toda la cuerva detrás de él. En la penumbra,
el hombre era tan ciego como la bestia. Tenía que arrastrarse miserable hasta
encontrar una grieta y ponerse a salvo.
Los rivales ejecutaron la torpe
persecución durante largos años. Por fin, el monstruo le habló al héroe con una
voz cansada:
— Escúchame, tú, el que se llama Nadie.
He pasado demasiado tiempo dándote cacería, mi odio por ti desapareció. Esto ya
es mera costumbre entre nosotros. Ahora eres libre, vete.
Dichas estas palabras, Polifemo retiró
la enorme piedra de la salida. Deslumbrado, Odiseo contempló la luz del umbral.
Supo que del otro lado lo aguardaban los mares, las tormentas, los combates y
los dioses. No dio un solo paso adelante, permaneció en las sombras. Decidió
que había encontrado un nuevo hogar en la cueva del ciclope.
Seudónimo: Nuevo Homero
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