Todos sabemos que el Minotauro lo ignora
todo de las palabras, perdido en su laberinto. Dicen que su lugar es ese,
carente de espejos y con una única salida imposible de encontrar.
No obstante, sus paredes albergan el
regalo que, para la posteridad, quisieron hacer quienes allí se perdieron
conscientes de que habían penetrado en un mundo fuera de cualquier tiempo y sin
embargo, habitado. Los fantasmas del laberinto son los únicos capaces de atravesar
sus muros. No caminan –flotan- no hablan, ya no esperan. Y las paredes del
laberinto narran historias que nunca debieron perderse.
Hubo quien logró dibujar un prado verde
y fresco –sólo un tallo de luz, apenas un flechazo verde. Hubo quien con dos dedos se quitó parte del maquillaje que llevaba en
el rostro y esculpió unos labios –rojos- en la piedra imperecedera. Hubo quien
dibujó la Luna, sabedor de que existe, y hubo quien sólo dejó sus huellas, que
el Minotauro reconoce y respeta y cobija en la dura roca en la que está labrada
su casa. Buscando, quizás, una salida.
Cuenta la leyenda que el Minotauro
apenas ofreció resistencia a Teseo, cuando por fin se encontraron. No es nada
que deba extrañarnos, pues sabemos que el
Minotauro ignora todo de las palabras, y podría muy bien confundir una
"t" con una "d".
Seudónimo: Nemo Auditur
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