Llegó en octubre, procedente de la gran
ciudad, buscando un lugar donde enraizar. De su infancia, entre sábanas de
hospital, había heredado una querencia a vestir siempre de blanco lo que, unido
a una fragancia como a compota recién hecha, le daba un aspecto etéreo, casi
sobrenatural.
Era parca en palabras, solitaria, ajena
al resto de vecinos a los que les suponía demasiado esfuerzo dirigirse a ella.
Se recubría de una corteza impenetrable. Conmigo fue diferente. En invierno,
aunque apenas habíamos intercambiado cuatro sonrisas y dos palabras, ya
estábamos profundamente enamorados.
Por primavera llegó la magia.
—Tengo una sorpresa para ti —me dijo
mostrando una preciosa manzana roja que brotaba entre sus manos.
La probamos, era dulce con un ligero
sabor a miel. Nos abrazamos retorciendo nuestros cuerpos como ramas
entrelazadas, nudosas y bellas. Observamos maravillados cómo nuevos retoños
germinaban por nuestros poros: frutos rojos, melosos, mientras nuestras raíces
se hundían en el suelo con fuerza y crecíamos hasta ser los dos un mismo tronco
y fundirnos en un solo ser.
Seudónimo: Espejo Humeante
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