Había sido un día estupendo y la foto
lo reflejaba tan bien que decidió imprimirla. Las chicas sentadas delante,
morenas y sonrientes. Los muchachos arrodillados detrás, los brazos de unos
apoyados en los hombros de los otros, remarcando la complicidad masculina. La
luz del atardecer teñía de oro viejo la arena y de malva rosado el horizonte.
Cuando ya al final del verano Sergio la dejó por Mati, a Rosa le dio pena
deshacerse de la fotografía, recortó las figuras de los dos traidores y les
prendió fuego con una cerilla. Una semana después tuvieron el accidente con la
moto.
A Lidia la recortó en el otoño, porque
no la invitó a París, adonde fue de Erasmus. A Martín, por no darle trabajo en
el bar de su padre. Murieron juntos, asfixiados, en el incendio de la discoteca
Zodiac. A partir de entonces Rosa actuó con más consciencia. Lo de Mariela,
diagnosticada de un tumor incurable, fue una forma piadosa de evitarle
sufrimientos. Víctor se lo mereció: solo un perfecto hijo de puta se echa novia
nueva a los quince días de morir la suya. A Eduardo no le perdonó que, después
de tantas desgracias, decidiera rehuirla. Fue un infarto fulminante, rarísimo
en alguien de menos de treinta años.
Lo ha intentado con otras fotos, pero
no funciona. No es solo el recortado, quizás el instante de apretar el botón,
la persona que lo hizo o la irrepetible combinación de líquido y papel en que
quedó plasmada la escena. Solo sabe que para vivir debe preservar a toda costa
esa imagen suya rodeada de huecos. Y que a veces se sorprende abriendo con una
mano el cajón donde la guarda mientras con la otra empuña un par de tijeras.
Seudónimo: Lady Macbeth
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