Me sentí
desfallecer, pero el traje de grafino me impedía caer al suelo y desmayarme;
tal era la cárcel en la que me veía sujeto. Mi exoesqueleto me obligaba a
seguir luchando, a pesar de que mentalmente me encontraba en otro lugar, muy
lejos de allí. Todas mis funciones orgánicas estaban controladas por un
intrincado sistema de moléculas artificiales, localizadas en los puntos clave
de aquella prisión móvil que me cubría por completo. Aquel traje infame era mi
segunda piel, pero mis ideas jamás serían suyas. Soldado raso, condenado a
luchar en una guerra absurda como todas lo habían sido, sentía los impulsos
nerviosos en las articulaciones a través del satélite que escupía variables
logarítmicas, infectándome las neuronas con movimientos anómalos que no sentía
como propios. Yo no era así, no disfrutaba matando, y menos aún en un
espectáculo televisivo. Para escarnio público, el plástico de mi envoltura era
transparente, si exceptuábamos las zonas erógenas, en donde se había velado con
una línea horizontal de enzimas proteicas que tintaban el compuesto de un color
blanco lechoso. Aquel cinturón de castidad era mi único recurso para mantener
la decencia y mis funciones vitales en la batalla. El traje no se regeneraría
sin proteínas, y el grafino dejaría de ser una potente coraza sin la
conductividad necesaria. Volvería a moverme como un pacifista, como un
filósofo, no como un soldado. Sería sólo un despojo intelectual envuelto en
plástico de cocina, sin nada con qué cubrirme las vergüenzas delante de
millones de espectadores. Así, sucedió lo inevitable. Fue casi instantáneo,
primero una sacudida, después una segunda detonación. Las cámaras mostraban mis
genitales al descubierto mientras yacía en el suelo. Había luchado bien, pero
por alguna razón que se escapaba a las leyes de la probabilidad matemática, el
factor humano no despejaba la incógnita que una y otra vez llegaba vía satélite
a mi cerebro, pidiendo paso. Aquella incógnita tenía un valor asignado como
"ansia por vivir", y el sistema no podía prever que, en aquellas
circunstancias, yo prefiriera, aunque indigna, la muerte.
Seudónimo: Pau Soldado
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