Sé que voy a morir
muy pronto y no volveré a resucitar. He muerto antes, en otras ocasiones, pero
mi condición de prototipo y el innovador ciclo de vida de mi software
me salvaron de ser desfragmentado y preservaron mi existencia.
Pero hoy, voy a
suicidarme y eso no se perdona, el suicidio huele a revolución, a ser humano y
en este nuevo orden de las cosas no cabe, ni lo uno, ni lo otro.
Es la era de las
grandes máquinas multiplicadoras nacidas de la chatarra espacial, dotadas de
instrumentos de medida que sólo ellas dominan y capaces de hacer una valoración
diagnóstica sin precedentes, para conocer, con exactitud de forense, la causa
de tu desactivación. Máquinas que ya no necesitan la intermediación humana
dueñas del tarot y de los círculos mágicos que han convertido en leyes
demostrables.
Mi generación fue
creada sin psique, sin tejidos de la conciencia y con todas las necesidades
sexuales y de nutrición desprogramadas, lo que nos convertía en seres
anónimos sin necesidades de relación virtual y los primeros en fabricarse
bajo las normas de la deshumanización.
Somos la evolución
natural de modelos anteriores. Avatares zoomórficos que inexplicablemente, se
fueron haciendo lentos y sufrieron un cierto grado de parálisis causada
por un virus humano. El virus desarrollaba en las máquinas deterioros propios
del hombre: envejecimiento de piezas, alteración de los fluidos internos,
defectos en la visión, pérdida de potencia en los engranajes básicos, dudas de
conciencia y toma de decisiones. Intolerable.
Fueron fulminados,
junto con los pocos humanos que quedaron, con el objetivo de exterminar la
plaga pero, quizás, no se eliminó del todo el rastro del hombre; y como
consecuencia, yo tengo ahora, en mi mano articulada, un dispositivo cargado con
sensores humanos que voy a insertar en el corazón de mi procesador hasta
estallar.
Seudónimo: Krusty
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