No oiréis a ningún
sabio hablar de Lipsa Séptima, ciudad sepultada por la arena durante casi dos
mil años y de la que en breve no quedará nada. Allí, las principales leyes del
derecho romano están grabadas punto por punto en las gradas del circo; hay
escritos viejos aforismos en las estatuas de los dioses y secretos en las
columnas del templo. No hay pared sin reclamo de algún comerciante de trigo o
de sandalias, mezclado siempre con chismes sobre los vecinos de esta o de
aquella casa. Lo que parecen ruinas no son más que palabras esculpidas sobre
más palabras y vueltas de nuevo a reescribir, sin ningún orden.
En su día, a los
cuidadosos trabajos para desenterrar la ciudad se sumó la no menos ardua tarea
de entender qué había pasado, pues ¿por qué era imposible el silencio en esa
ciudad? Se avanzó una hipótesis y se continuaron con las excavaciones. Quizás
las paredes hablaban para tratar de compensar la falta absoluta de viveza en el
foro y la incapacidad de los tutores para enseñar; una ciudad de amantes sin
pudor y ciudadanos dispuestos a banalizarlo todo. La hipótesis resultó ser
cierta: al excavar las tumbas –miles y miles- se comprobó que todas estaban
vacías. Los arqueólogos entendieron que nadie había muerto en Lipsa Séptima
porque era imposible vivir allí.
Por ello, dejaron
que la arena del desierto volviera a cubrir su hallazgo, pues se trataba de una
ciudad que no había existido nunca y la idea de sacar a la luz la nada les
resultaba aberrante. Cuando Lipsa Séptima fue de nuevo imposible de ver, los
historiadores se conjuraron para olvidar; fue su deseo que la tersa
belleza de las dunas la cubra ya para siempre.
Seudónimo:
R.
Taibo
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