Hace ya más de un
siglo, Thomas Bailey Aldrich quiso graficar el espanto en su más alta
expresión. Situó a una mujer en su habitación, desolada, sabedora de ser el
único ser humano que sobrevive en la Tierra. La escena,
sobrecogedora por sí misma, alcanza su cenit cuando algo, o alguien, llama a la puerta.
De niño, ese relato
supo tensar mis nervios. No podía imaginar siquiera que, en el ocaso de mi
vida, la forma del terror adquiriría nuevas cumbres. Yo habito el páramo
urbano. Asisto al desfile cotidiano de mareas humanas por las calles de esta
metrópolis. Contemplo los trenes subterráneos y los colectivos atestados de
hombres y mujeres. Cardúmenes humanos se deslizan noche y día por los
laberintos de hormigón. Casi puedo sentir que me falta el aire de tantas
muchedumbres. Y, sin embargo, nadie llama a mi puerta.
Seudónimo: Piedra
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