La primera noticia de la existencia de
Marlene llegó al mundo mil años antes de que naciera. Un sacerdote contempló
las convulsiones de un sapo en el lodo, y comprobó la veracidad del presagio en
las deflagraciones solares. Sería una niña, nacería en la Tierra, conquistaría
Júpiter y, llegado el momento, la confundirían con Dios. Y así fue.
Marlene dirigía la transformación del
planeta con mano de hierro. Nada escapaba a su voluntad implacable, decidía con
igual firmeza el curso de los ríos, el trazado de los continentes y la
dimensión de las tormentas. Había consentido en mantener el gigantesco ojo
rojo, sólo como muestra de su piedad hacia las fuerzas de la naturaleza.
Poco a poco llegaron las personas. Se
instalaron bajo su auspicio y se sometieron a sus designios. La confianza en
ella llegaba hasta tal punto, que las mujeres que debían dar a luz, los hombres
que debían fecundarlas y los ancianos que debían morir, todos esperaban su
permiso para hacerlo. No es que la temieran, pero ella era su reina y su creadora,
y jamás se hubieran planteado que las cosas pudieran ser de otro modo.
Un día, Marlene se levantó cansada de
ser Dios y decidió abandonar su palacio y mezclarse con su gente. Fue una
mañana larga, cien veces la confundieron consigo misma y cien más intentaron
agasajarla con oraciones y ruegos. Cuando el enésimo niño se postró ante ella,
no pudo soportarlo más y ordenó que la olvidaran, que la borraran de sus
conciencias, que quemaran sus recuerdos. Lo hicieron, y Marlene sintió que
aquello estaba bien.
Sin embargo, Marlene pensó que aún no
era suficiente. Tanto el planeta como el mismo Universo seguían recordándola y
obedeciéndola. Deseó entonces el olvido absoluto, desentramarse de la realidad
como una sombra de inexistencia. Lo hizo. Por primera vez en toda su vida,
podía sentir el desgarro de la ausencia de su ser. Y Marlene sintió que aquello
estaba bien y dejó que el olvido fuera extendiéndose hasta alcanzarla,
borrándose a sí misma, aniquilando su presencia, su nacimiento y su presagio.
Seudónimo: Miguel
Nelo
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