El aullido se sintió de madrugada,
estaba cargado de miedo, llego rompiendo el sueño de todo el pueblo, y luego,
sin haber pasado diez segundos decenas de aullidos, tal vez cientos,
ensordecedores, machacando la noche, alertando a madres, enfureciendo a los
hombres que el día de mañana tenían que trabajar temprano.
Lo peor fue el silencio de los niños,
las madres corrieron a sus cuartos encontrando camas vacías, baños vacíos;
agudizaron sus oídos tratando de escuchar a sus hijos, sentían el miedo crecer
en sus entrañas. Abrieron sus puertas gritando sus nombres, corrieron hacia los
aullidos, esperanza en sus almas de no llegar demasiado tarde; los hombres las
siguieron, sus duros rostros resquebrajándose a cada paso, ¡sus hijos!
Todos se detuvieron casi al mismo
tiempo, ahí a los pies del cerro, era fácil de ver y a la vez lo más
difícil, el frío de la noche caló sus huesos petrificándolos, o tal
vez fue el miedo.
Estaban ahí, pero no era sus hijos,
quedaba algo de ellos, puede que la ropa, definitivamente no los ojos. Las
perros a sus pies agonizantes, aún emitían pequeños quejidos, los niños
sonreían, sus ojos escarlata viendo a sus padres, los palos aun en sus pequeñas
manos.
Seudónimo: Sam Elowin
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