Y aquí estoy,
pudriéndome mientras cuelgo de una rama añosa, con una soga que aún lastima mi
cuello. El viento juega conmigo y me hamaca. Los soles a plomo queman mi piel
grisácea y me mojan las lluvias.
Con los ojos
muy abiertos lo veo todo. Según cómo gire mi cuerpo, puedo estar horas
contemplando un punto fijo del viejo árbol, los campos de girasoles o el camino
de tierra que lleva al pueblo. Sé quién sale y quién entra del caserío. Algunos
me escupen cuando pasan, otros se persignan y, los menos, me dedican una breve
oración antes de seguir su camino. No nací aquí. Estaba de paso, pero he
aprendido a conocer a cada uno de ellos.
Yo no maté a
esa joven.
No sé quién lo
hizo, aunque escuché rumores entre quienes pasan caminando. De todas maneras,
no importa. Alguien me señaló y entonces me lincharon. Sin juicio, sin
posibilidad de defensa.
Y aquí estoy.
Los niños se divierten a escondidas de sus padres, moviéndome y haciéndome
girar con un palo. Algunos me pegan como si fuese piñata.
Supongo que
pasarán años; el viento se irá llevando girones podridos de tela de mis ropas;
me quedaré sin carne por acción del tiempo o los carroñeros, se secarán los
ligamentos que unen mis huesos, y éstos volverán, al final, a la tierra madre.
Entonces,
vendré a vengarme. No se salvarán ni siquiera los niños.
Seudónimo: Markko
Kivisen
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