Se mezclan las lágrimas torpes del
enano Noel con el líquido sanguinolento de las vísceras y casquería
comerciadas al peso, que manipula antes de la representación. Tras el
terciopelo rojo, observa la traición de Odette, la muda, perdida en quebrados
espasmos orgásmicos ante las embestidas del barón sobre el antiguo altar. Confude
la compasión y la ternura con un amor correspondido, pero tan distinto
en intensidad como en altura. Abre las costuras de su traje para el papel
de novia, Margot sigue siendo demasiado diva, a pesar de estar cada día
está más rolliza .En la húmeda celda convertida en camerino maquilla un pálido
rostro y alimenta la manteca de un cuerpo que vivió épocas mejores.
La sonrisa de los policromados ángeles que flanquean el angosto escenario recibe al arremolinado público. La baronesa besa la sudada mejilla de su adúltero marido. La tardía luz de julio se filtra por la apocalíptica vidriera: La Caída de Babilonia. La función va a comenzar. El enano tramoyista lo tiene todo preparado ¡Arriba el telón!
Acicala la afásica sirvienta el pelo ensortijado de la novia. Una cuna de mimbre y otra de oro diferencian a una de la otra. Un mismo truhán las une. La esencia de los celos se guarda en un pequeño frasco, que Odette derrama vertiendo el corrosivo ácido sobre el rostro de la prometida. Ante el espejo, hierve la piel curtida, vacías las cuencas de los ojos. El inmaculado vestido se pliega en estertores de dolor de una masa informe en que se ha convertido la testa de la novia. La satisfacción silenciosa se refleja en la sonrisa vengativa de la muda Odette. Te quiero con el lenguaje de signos proclama a su amor prohibido que llora ante el amasijo de carne y seda de lo que era Margot. Rompe el casanova de rabia el espejo, y con la esquirla más afilada rebana las falanges de la celosa asesina. Un pulgar vuela directo a la garganta de la baronesa, que vomita sobre el chaqué de su marido. El público aplaude el realismo de la obra. Satisfecho, Noel, baja el telón del último pase.
La sonrisa de los policromados ángeles que flanquean el angosto escenario recibe al arremolinado público. La baronesa besa la sudada mejilla de su adúltero marido. La tardía luz de julio se filtra por la apocalíptica vidriera: La Caída de Babilonia. La función va a comenzar. El enano tramoyista lo tiene todo preparado ¡Arriba el telón!
Acicala la afásica sirvienta el pelo ensortijado de la novia. Una cuna de mimbre y otra de oro diferencian a una de la otra. Un mismo truhán las une. La esencia de los celos se guarda en un pequeño frasco, que Odette derrama vertiendo el corrosivo ácido sobre el rostro de la prometida. Ante el espejo, hierve la piel curtida, vacías las cuencas de los ojos. El inmaculado vestido se pliega en estertores de dolor de una masa informe en que se ha convertido la testa de la novia. La satisfacción silenciosa se refleja en la sonrisa vengativa de la muda Odette. Te quiero con el lenguaje de signos proclama a su amor prohibido que llora ante el amasijo de carne y seda de lo que era Margot. Rompe el casanova de rabia el espejo, y con la esquirla más afilada rebana las falanges de la celosa asesina. Un pulgar vuela directo a la garganta de la baronesa, que vomita sobre el chaqué de su marido. El público aplaude el realismo de la obra. Satisfecho, Noel, baja el telón del último pase.
Seudónimo: Walmares
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